Wellington necesitaba controlar las ciudades fortificadas para proteger a Portugal de una posible invasión. El 8 de mayo de 1811, bajo el mando de Beresford, más de 20.000 hombres, con los cañones de la fortaleza de Elvas, comienza el asedio contra Badajoz. Dicen que el campo de batalla fue elegido en Valverde de Leganés y al amanecer del 16 de mayo, las fuerzas españolas, inglesas y portuguesas se unieron preparándose para la batalla. Pocas cosas son más apasionantes en la vida que el conocer lo que ya no está vivo, lo que fue y lo que quizá sea la semilla, el origen o el nexo con lo que hoy tenemos. En esta columna tan pequeña no cabe toda la Batalla de La Albuera, las consecuencias de lo que algunos dicen, que fue un resultado en tablas, y todo lo que siguió después.

Pero lo cierto es que ésta, como otras, aunque nos toque tan de cerca, acabó con miles de muertes y con violaciones al culminarse el asedio. Exactamente como hoy, tanto tiempo después. Muertos y daños colaterales «ajenos» a la contienda. Es cierto que las guerras han cambiado, que ya no se combate cuerpo a cuerpo, que el numero de víctimas es abismalmente mayor, pero parece que hay un factor que permanece a través de los siglos inmutable. La existencia de un tercer bando, no los vencedores, ni los vencidos, sino el bando de los olvidados. El compuesto por los vulnerables, por los que se quedan en los pueblos, en las granjas, de los que se abusa por parte de los dos ejércitos, según sea su avance, según convenga, como un arma más, violar, asesinar, a sus hijas, a las madres, a las esposas del contrario. Antes como advertencia, mientras como estrategia, después como represalia. Y mucho después, como olvido.

La Albuera conmemora cada año la batalla, no como ensalzamiento de la guerra, sino como un hito en el camino, una marca en el cinturón para que nos apriete un poco y no pueda obviarse el horror. Para luchar contra el olvido. El pueblo se despliega y recorre las colinas donde los generales desplegaron sus ejércitos y con el ruido de la pólvora y de los cánticos disparan contra el silencio. El de quienes callan, y no hacen, y no dicen, y no denuncian y no exigen, el de quienes creen que las guerras son pasado, o están lejos, más allá del televisor, y no ven y no escuchan el dolor de los refugiados, de los niños sin padres, de las madres sin hijos, de las violadas, de las explotadas, del frío, del miedo. Para eso hoy, 16 de mayo, en La Albuera se pronuncia la sagrada palabra Paz. Se recuerda. Para que, como Eurípides escribía sobre el dolor de las troyanas, resistan todas a las que se les han confinado en ese tercer bando, todas las Hécubas del mundo: detrás de las alambradas, en las barcas que el oleaje quiere tragar, en los campamentos de invierno …, para que el silencio no siga al crimen, para que la última palabra no sea de ellos, para que no se queden con toda la luz de este mundo.