No sé si admiro a Soraya por lo que tiene de extremeña o por lo que no tiene. Si cuando la ves hablar cierras los ojos --cosa que no aconsejo-- descubres el acento trémulo, frutal y salvaje de nuestros campos, pero si los abres, te salpicará el sol radiante de otra tierra, porque aparecerá ante ti la efigie de una diosa nórdica esculpida en mármol, el fruto de un mestizaje que guardábamos celosamente en el secreto cofre de nuestra retina.

Soporta Soraya el perfil esmerilado de las cigüeñas, el alabastro de las jaras silvestres o de los cerezos en flor, una simpatía bizarra que irradia como el resol de la mañana. Lleva en su mirada el reflejo desbordado del agua de todos nuestros ríos.

Soraya es un referente que quedará grabado en los anales de la memoria, un símbolo capaz de sobreponerse al reto de la modernidad, una conquista que no estaba prevista en el guión de nuestra historia, un desafío que se nos resistía, un hito que marcará época, como en su día lo hicieron los equipos que militaron en la liga de las estrellas o en la ACB o como José Manuel Calderón cuando pisó por vez primera la alfombra roja de la NBA, un regalo que el futuro podría tenerle reservado al Cáceres del 2016.

El que Soraya represente a España en el festival de Eurovisión supone para los extremeños una gesta épica, el final de una historia forjada a golpe de olvido y de ingratitud, el reforzar las bisagras de un pueblo que necesita un baño de autoestima, hasta ser capaz de ganarle la partida a sus propios fantasmas interiores. Poco importa el lugar en el que finalmente la sitúen unos votos que no se atienen ni al mérito, ni al talento, ni al arte. Su éxito radica en lo que lleva y no en lo que traerá, en esa voz cercana hecha de rabeles, de madrigales y de raíces, en la que se condensa la esencia de las mujeres que lavaban la ropa a la orilla del río o en aquellas que traían al cuadril el agua antigua de los cántaros.

Admiro a Soraya porque es algo nuestro, porque administra con aparente ingenuidad el poder hipnótico de su seducción desinhibida y de tu sonrisa transparente, también porque entre sus amuletos se encuentran nuestros símbolos.

Irrumpirá su voz desgarrada como una estela incendiaria sobre la noche moscovita, y la emotividad, como una llama que prende en lo más hondo, se apoderará de nuestros ojos, porque su éxito será nuestro éxito. Y pensar que por azar, nuestras miradas pudieran haberse cruzado en cualquiera de las calles de Valencia de Alcántara.