La Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, que regula la incorporación a la comunidad católica de un número respetable de fieles, obispos y sacerdotes anglicanos, replantea una vez más la obligatoriedad del celibato para profesar órdenes mayores, salvo para los ministros del rito oriental. Puesto que si se admite la excepción de que los sacerdotes de la iglesia anglicana conserven sus atribuciones a pesar de estar casados, la prohibición para el resto del clero se antoja un agravio comparativo. Y, lo que es peor, priva de regularizar su situación a un número no pequeño de ministros católicos casados.

La gran paradoja es que los nuevos católicos a los que Roma acoge refuerzan el ala más conservadora del catolicismo --partidaria de mantener el requisito del celibato-- y, por lo tanto, se aleja la posibilidad de que el Vaticano revise la norma para el acceso al sacerdocio. Para quienes sostienen dentro de la Iglesia católica que la exigencia del celibato es un factor de alejamiento de la sociedad, los motivos de desconcierto están justificados. Pues si la grey católica partidaria de suprimir el celibato no ha logrado vencer la resistencia de la jerarquía, la disposición de esta a ser más flexible para los venidos de fuera resulta desalentadora.