TAthora que estamos en puertas de las próximas elecciones municipales y autonómicas, pienso que es oportuno ofrecer ciertos apuntes concernientes a la izquierda, a esa izquierda tan desafortunadamente devaluada, sobre todo por algunos impresentables de la propia izquierda.

Suele ocurrir, principalmente en períodos electorales, cuando los políticos trepas e iluminados, esos cuya ideología suele ser bastante descafeinada, intuyen que pueden sufrir un revés y que su acomodado sillón puede moverse, es entonces cuando entre sus filas surge el ingenioso de turno, reclamando a gritos que la izquierda deje a un lado el discurso utópico y se adapte a la realidad.

Como si el gran error de la izquierda nominal no hubiera sido precisamente ése: abandonar su función histórica de cambiar la realidad para adaptarse confortablemente a ella.

A esa izquierda timorata y pragmática se le reprocha demasiado lo que ha hecho cuando lo que había que reprocharle es lo que no ha hecho. La izquierda sólo tiene sentido si se propone modificar las relaciones de poder, defender la causa de los más débiles, cambiar el modelo de sociedad para hacerla más igualitaria y solidaria y tener presente en todo momento que los habitantes de este mundo son ciudadanos y no súbditos.

Esta sucinta lista de obviedades basta para colocar en la balanza la práctica de la izquierda nominal y obtener un resultado patéticamente decepcionante. No obstante, aún se está a tiempo de reconducir la situación y marchar por el camino correcto, de lo contrario volverán a producirse situaciones que en nada benefician a la verdadera izquierda, a la izquierda de verdad, tales como las que le sucedieron en su día, al bueno e ingenuo de Nicolás Redondo que antepuso la responsabilidad a los principios, yendo de la mano de Mayor Oreja y así le fue...

*Cantautor