TEtn la calurosa noche del solsticio de verano, imagino a las brujas en su conciliábulo nocturno, su aquelarre, no para adorar al negro macho cabrío o intrigar, sino fascinadas por la adoración al fuego, como ya hicieran, en tiempo inmemorial, los vetones en Coria, que adoraban al toro como animal sagrado, costumbre que luego continuaron los romanos, visigodos y cristianos a su modo y, en el siglo XXI, sus descendientes: los caurienses o corianos. Estos han recogido esta antigua tradición como reminiscencias de ritos paganos y, cada año, en la noche de San Juan, almacenan una alta pila de capazos en medio de la plaza de España para seguir la tradición ancestral de la adoración al fuego. Los asistentes quedan fascinados por la enorme hoguera que se eleva al oscuro cielo de la plaza, observan la llamarada dorada elevando las chispas que revolotean antes de desaparecer formando volutas centelleantes para alumbrar ese oscuro cielo. A su alrededor, la gente danza y canta, transformada por el fuego, como hicieran las brujas en su aquelarre, formando una inmensa rueda de personas ataviadas con la vestimenta blanca y pañoleta roja, donde chicos y chicas jóvenes y ágiles saltan por encima de las brasas desafiando al fuego que todo lo purifica.

Las fiestas en honor de San Juan se celebran en numerosos lugares de nuestra comunidad; recordemos los festejos típicos de la Feria de San Juan en Badajoz, las fiestas de Saucedilla y las de Coria, declaradas de interés turístico nacional y donde el protagonista es el toro que, durante una semana campa a sus anchas, majestuoso, sin ataduras ni castigos, mañana, tarde y noche, por sus centenarias y estrechas calles cuajadas de rejas que sirven de refugio al corredor que se aventura a buscar o correr el toro. No lo maltratan, aunque haya quien piense lo contrario, sólo sienten el placer por verlo de cerca o correr delante o detrás de él.

Estas celebraciones religiosas-paganas, añaden a la admiración al toro, la veneración a San Juan y mantienen vivas nuestras tradiciones.