La guerra la decide Hollande, con estoica frialdad, aquella noche fatídica, ante una situación que pide solución urgente. Guerra que, cuestionada por la izquierda radical, la justifica Lacordaire: "Toda guerra de liberación es sagrada, toda guerra de opresión, maldita". Mas Cicerón arguye: "Siempre la mala paz es mejor que la mejor guerra"; pero matiza: "Si ha de hacerse, hágase con el único fin de obtener la paz". Y en esa estamos, tras recibir París la dentellada yihadista, quedando consternado por tan salvaje shock, que moderó Obama proclamando que afectaba a todos los demócratas.

Y aunque arborizó el miedo, más altiva se hizo la torre Eiffel y más arrogante el Arco de Triunfo, mientras se rompían todas las gargantas de París, en sus calles y plazas, entonando su famoso himno nacional, compuesto por Rourget de Lisle en 1792, La Marsellesa. Fue conmovedor su canto en el estadio de Saint Denis, donde una operación de fuerza redujo luego la emboscada de varios islamistas, entre explosiones y tiros, con muertos y heridos... Mientras, la sangre de los caídos en Bataclan fue el laurel que ciñó su frente, pues su pecado fue pasar, alegres, la tarde del 13, viernes. Una guerra, a la que se unió Rusia, y en la que, como dice un ilustre general, "estamos todos alistados, sin que haya ninguna frontera entre uniformados y población civil, sin reglas y sin hidalguía". Se trata de criminales que, citando frases coránicas, prédicas salacistas y dogmáticos soflamas, blanden el kalashnikov contra los que detestan la teocracia islámica y viven fuera de las murallas del Adesh.

Surgen estrategas que diseñan nuevas tácticas de ataque, (sin desdeñar el combate a pie), adaptadas a las del Estado Islámico, pues, se ha dicho que, si los demócrata no ganan, todas las estructuras de libertad que Europa forjó se harán escombros. Pero es difícil el reto, pues nos atacan jóvenes islamistas, criados en Europa, quienes, al morir, irán a un paraíso de placeres sublimes, tras lanzar su grito, mortífero y blasfemo de "¡Alá es grande!". Por eso, sólo la unidad de todos, con alto patriotismo, será capaz de construir una inmensa catedral donde cantemos "¡Libertad y democracia!", binomio de oro, que informa nuestros altos valores, proclamados en la Declaración de los Derechos del Hombre, y que luego pregonara De Gaulle a través de sus pensamientos, creencias y opiniones.