La decisión de la UEFA de cerrar por dos partidos --con posibilidad de un tercero-- el estadio Vicente Calderón por los incidentes ocurridos el pasado día 6 en el encuentro entre el Atlético de Madrid y el Olympique de Marsella amenaza con convertirse, si alguien no pone remedio antes, en un problema político de primer nivel. Si el martes fue el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien salió en defensa de la actuación policial contra los hinchas radicales franceses en aquel partido, ayer intervino el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, al remitir una carta al máximo dirigente del fútbol europeo, Michel Platini. El Gobierno español se muestra dispuesto a colaborar con la UEFA en la erradicación de los estadios de las muestras de violencia y de la exaltación de las ideologías ultras, pero entiende, con toda razón, que una organización deportiva debe abstenerse de valorar las acciones de orden público, sencillamente porque no son de su competencia.

La UEFA posiblemente dé un paso atrás después de imponer un castigo con pretensiones ejemplarizantes. Ayer se planteaba aplazar el cumplimiento de la sanción, por lo que el Atlético podría jugar el próximo miércoles en su estadio contra el Liverpool. Sería lo justo, porque el organismo disciplinario comunicó demasiado tarde su fallo, cuando prácticamente no había tiempo para buscar otro estadio o para cambiar el plan de viaje de los aficionados ingleses.

Pero lo peor es que queda la sensación de que el Atlético de Madrid ha sido utilizado como chivo expiatorio del cáncer de violencia, racismo y xenofobia que se extiende por todos los estadios. Cabe esa sospecha porque del repaso de lo que aconteció en las gradas del Vicente Calderón se desprende, sin ningún género de dudas que, en primer lugar, fueron los aficionados del equipo visitante quienes provocaron los incidentes más graves, a los que la policía respondió como no podía ser de otro modo. Y en segundo término, no parece que en el partido hubiera profusión de gritos racistas, hasta el punto de que el árbitro del choque no lo consignó en el acta. La confusión del organismo europeo del fútbol de los gritos de aliento al Kun Agüero con la algaravía de los monos y que, de ellos, se desprenda un menosprecio hacia los jugadores de raza negra, es chusca.

El escándalo del Calderón estalló un día después de que la selección inglesa comunicara que no quiere jugar en el Bernabéu, el otro estadio madrileño, por el comportamiento racista de parte del público en un partido anterior. Los campos españoles parecen así señalados como escenarios especialmente dados a las expresiones contra los futbolistas no blancos. Es un penoso estigma que quizá sea inmerecido, aunque es sabido que en muchos campos se producen cánticos y expresiones vejatorias contra negros y magrebís que han de ser denunciados y castigados, pero con criterios justos porque, de lo contrario, se cae en el esperpento, que es donde todo hace indicar que ha caído la UEFA de Platini.