Rafa Reig lo llama algo así como el derecho a darse por ofendidos. Y algunos lo cultivan muy mucho estos días con motivo de los autobuses pro-Dios y dudadeDios . No sabemos exactamente por qué se enfadan tanto las autoridades religiosas católicas por la propaganda de un grupo de ateos que ponen en duda la existencia de Dios y además nos invita a disfrutar de la vida. Sinceramente, más preocupante y engañosa veo yo la publicidad de los bancos, o la propaganda electoral, por poner. Y además, los creyentes también podemos publicitar la creencia en Dios como la mejor manera de vivir; de hecho ya lo han empezado a hacer un grupo de protestantes, que además lo venden como único modo de salvación (¡toma ya!).

Que en las instituciones públicas no haya simbología religiosa de ningún tipo es deseable, supongo; como lo es que haya espacio para que las diferentes confesiones religiosas puedan desarrollar sus actividades (templos). Pero los espacios destinados a la publicidad, ¿por qué no han de utilizarlos los diferentes grupos para hacer propaganda cada uno de lo suyo (mientras que no se incite a violar los derechos humanos)? El señor Rouco se siente ofendido y se queja de que los anuncios que estiman improbable la existencia de Dios son un ataque a los creyentes; ¿perdón? Pues no sé qué ataque, yo más bien me siento más atacada (y más a menudo) por ciertos obispos que por los no creyentes, entre los cuales cuento con amigos que me respetan bastante más que ciertos líderes religiosos. Aunque haya de todo en cualquier sitio como en botica (hay ateos a quienes convocas a una reunión en una iglesia y les entran los siete males y católicos a quienes explicas que en un estado laico lo mejor es que no haya crucifijos en las escuelas públicas y parece que les hubieras nombrado al mismísimo diablo).

Somos terribles, nos enzarzamos por una propaganda en un autobús, o porque nuestros hijos descubran en la escuela (como si no lo supieran ya), ¡oh, Dios mío!, que los gays existen, que no están enfermos y que encima pueden casarse. Con lo a gusto que estaríamos si a los niños en la escuela sólo les dijeran lo que a nosotros nos conviene y nos interesa; una escuela a nuestra medida quizás que no haga sino reproducir nuestras creencias, convicciones o juicios morales.

Pero resulta que la realidad es mucho más plural y más compleja de lo que a algunos les gustaría. Hay creyentes (y dentro de éstos musulmanes, protestantes, judíos, bahaí...) y no creyentes (agnósticos, ateos...), heteros y homosexuales, y blancos, y negros y amarillos, y Rh negativo y también positivo... y, sí, duele que no seamos todos, como deberíamos, varón heterosexual católico... pero la realidad está ahí fuera.