La información publicada ayer por este periódico sobre las crecientes dificultades para que nuevamente se cumpla la promesa de que el AVE Madrid-Lisboa esté en funcionamiento en el 2013, pone de manifiesto que, en estos momentos, los mayores impedimentos están del lado portugués. Cierto: el tramo español tiene grandes carencias: de las estaciones apenas se sabe nada más salvo que son objeto de alguna vaga reunión ministerial que a nada conducen, excepto a prolongar unos proyectos fantasmas; además, hay dificultades para obtener el capital necesario (el ministro Blanco lo busca en Estados Unidos y en China) y de que no se ha cumplido la promesa del titular de Fomento de que todos los tramos estarían licitados en el 2010. Ahora, si ese compromiso llega antes de abril, sería objeto de gran celebración, por lo inesperado.

Sin embargo, Portugal, que hace años parecía haber transmitido más firmeza en hacer lo que le corresponde de la obra --hay que recordar que el socialista Sócrates ganó el pulso electoral a la socialdemócrata Ferreira Leite con el compromiso de construir la línea de Alta Velocidad, aun a sabiendas de que parte de su opinión pública está en contra de hacer ese gasto-- ha echado en los últimos tiempos por tierra toda esperanza: el tramo Poceirao-Lisboa, que incluye un complejo proyecto de puente sobre el Tajo, está literalmente en el limbo: en mayo se suspendió el concurso de adjudicación de obras, se fió a que en noviembre habría que retomarlo para no pagar indemnizaciones a las empresas adjudicatarias y, sin embargo, ha pasado ese mes y el Estado portugués no ha cumplido lo que pretendía, con lo cual no se sabe si la adjudicación de la obra quedará definitivamente o no suspendida. Por si fuera poco, sobre el otro tramo, el Caya-Poceirao, pende ahora la intervención del Tribunal de Cuentas, que considera lesivos para el Estado los términos del contrato de adjudicación. En el mejor de los casos, otro trámite más; otra demora más. En el peor, vuelta a empezar con el contrato de adjudicación de una obra que todavía no ha visto ni el más mínimo movimiento de tierras.

Y, como remate, las crecientes dificultades de la economía portuguesa para cumplir sus compromisos de deuda, que han obligado a Sócrates, ante el temor a que su economía sea la tercera en ser intervenida, a pactar los presupuestos con el partido socialdemócrata. Mucho es de temer que ese partido, que perdió las elecciones oponiéndose a la obra del AVE, vea cumplido su deseo por la vía de los hechos: no hay dinero para acometerla.

Sí, la fecha del 2013, como antes la del 2010, tiene todos los condicionantes para ser una nueva utopía. El Mundial Ibérico del 2018 podría haber sido la mejor oportunidad para el AVE. Ese pájaro también voló.