Licenciado en Filología

El presidente del Gobierno ha condenado la telebasura. Les ha faltado tiempo a muchos profesionales del ramo para decirle que no se meta con los telediarios ni escupa hacia arriba. Gala le ha recordado las facilidades de poder dadas a su amigo Berlusconi y los millones que larga a una emisora que favorece en sus espacios al Ejecutivo. O sea que el ventilador nos ha dicho las clases de basuras que existen: basura doméstica, basura gubernamental, aviones-basuras, trenes-basura, comida basura. Sin embargo falta un buen separador de basuras porque no se sabe con exactitud si hablar de la masturbación practicada en un autobús es más o menos sucio que poner los pelos como escarpias al personal con programas en TVE sobre lo bacteriológico y con el anuncio de las arrobas de vacunas antiántrax adquiridas por el Ejecutivo para engordar la falacia de las armas de destrucción masiva.

El filósofo Gustavo Bueno dice que no hay razón para llamar programas basuras a aquellos programas cuya audiencia supera incluso al número de votantes de algunos partidos políticos aunque afirma que efectivamente se va a lo fácil y a evitar el esfuerzo y que es eso precisamente lo que hace que la moneda falsa desplace a la buena, y deje en lo alto los programas triviales asentando, con la tozuda realidad, que cada país tiene la televisión que se merece. Otros se lanzan a la descalificación total y consideran la telebasura fuente de demagogia, esoterismo, milagrerismo, indecencia, amarillismo, falta de pudor y de respeto a los sentimientos y a la intimidad de las personas, o la ven como un virus televisivo, que al igual que el informático, contamina toda la red e impide que aparezcan programas respetuosos y de interés social. La condena presidencial actuaría de antivirus si la televisión pública enfocara los asuntos y los personajes con limpieza y fuera la primera en separar el trigo de la paja.