Avergüenza a la sensibilidad pacifista de millones de españoles el que una pandilla de vándalos aprovechase la movilización contra la guerra para asaltar tiendas de Barcelona, causarles daños y robar o destruir parte de sus pertenencias. Como la avergonzó también que gente parecida se escudase tras el movimiento antibélico para agredir al dirigente del PP Alberto Fernández. En estos momentos, el peor favor que se le puede hacer a la causa pacifista que anima a tantos ciudadanos es aceptar la vecindad de gente que utiliza la violencia. Porque éstos, en el fondo, se equiparan en actitud ideológica tanto con el presidente Bush, que ejerce la ley de su fuerza contra civiles iraquís, como con el del presidente iraquí Sadam Husein, que parapeta su poder militar tras el escudo humano de su población civil. La calle no debe cambiar el signo pacifista de su protesta contra la guerra. Porque anoche confirmó el poderío de esa estrategia la llamativa cacerolada que se estrenó contra quienes atacan Irak, contra los que --como el Gobierno español-- apoyan esa agresión, y, por elevación, contra todos aquellos que utilizan procedimientos violentos para imponer sus tesis.