Me pregunto quién inventó el beso y por qué. El beso: una compresión de los labios y su posterior liberación para dejar una marca de afecto, reconocimiento, cariño, amor o incluso conmiseración en otra piel, en un objeto o en el aire. No hay caricia más sutil ni saludo más entrañable que un beso.

Tantos besos dados a lo largo de la historia y nadie sabe quién dio el primero, ¿un homo hábilis, un homo erectus, un homo sapiens, un habitante mesopotámico quizá? ¿Y quién lo recibió? Lástima que no existan besos fósiles.

Sin embargo sí existe una morfología de ese preciado mohín que nos estampamos unos a otros en cualquier parte del cuerpo. Según su forma, y la cualidad de quien lo da y de quien lo recibe, podemos hacer una clasificación de los besos. El más primitivo, el beso maternal, ese que da la madre al recién nacido cuando lo recibe en sus brazos. Quizá sea la única mueca gozosa de la mujer recién parida. El beso terminal, el de despedida dado en la frente a los difuntos. El primer beso, esa unión de labios, nerviosa, torpe e insegura, que nunca se olvida, entre adolescentes. El beso de tornillo, ansioso y apasionado cuando el amor o la atracción física fluye a borbotones. El beso impúdico, que se da o se recibe en las partes más recónditas del cuerpo. El de felicitación, dado al victorioso; el de acogida dado al recién llegado; el de saludo dado al recién conocido; el de consuelo, dado al afligido, el de adhesión, dado al jubiloso.

Los españoles ahora somos muy besucones, pero durante los años de dictadura franquista, el beso, por lo general, estaba mal visto, sólo se admitían dos tipos de besos: el familiar, dado en las mejillas entre familiares o mujeres muy allegadas; o el matrimonial, dado en los labios entre el hombre y la mujer casados. Lo demás besos estaban prohibidos y se daban a escondidas. Ahora la gripe A nos vuelve a prohibir los besos, como en los viejos tiempos puritanos.

Que no nos quiten los besos, excepto los de Judas.