El referendo revocatorio celebrado el domingo en Bolivia ha tenido la rara virtud de oscurecer el equilibrio de las instituciones más si cabe que antes de que fuera convocado. El apoyo obtenido por el presidente Evo Morales por una parte y por los gobernadores díscolos, de orientación conservadora --partidarios de un sistema autonómico evanescente--, por otra, permite a los adversarios políticos presentarse ante sus partidarios como vencedores del pulso en las urnas.

Una situación que, entre otras consecuencias, entraña enormes dificultades para cualquier eventual negociación que plantee el presidente del país para salir del atolladero de la rebelión de las provincias colombianas que son relativamente más prósperas.

Si parece que resultan dudosos los fundamentos jurídicos del referendo revocatorio, la reforma constitucional que propugna ahora Morales y la gestión de la economía en manos del Estado, no lo son menos las pretensiones de varias provincias, encabezadas por la de Santa Cruz, de edificar un sistema autonómico con el propósito de gestionar directamente las fuentes de energía.

A nadie escapa, por lo tanto, que se trata de una maniobra encaminada a impedir la política de nacionalizaciones puesta en marcha por el presidente boliviano, que ha despertado los recelos, cuando no la abierta hostilidad, de varios gobiernos y multinacionales habituados a operar en Bolivia sin cortapisas de ningún tipo.

En última instancia, los autonomistas quieren bloquear la columna vertebral del programa de Evo Morales hasta presentarlo como inviable a pesar del amplísimo apoyo que la población indígena, mayoritaria en el país, dispensa al presidente, como refelejan los comicios electorales.

Y como siempre en Bolivia, desde la época de la independencia misma, el comportamiento del Ejército suscita alguna inquietud, aunque esté lejos de ser una institución homogénea como lo prueba su neutralidad política indeclinable que se ha mantenido durante los últimos años. Un síntoma, quizás, de que los efectos de la crisis social en curso también se ha instalado en los cuarteles bolivianos.

La pobreza lacerante de Bolivia, las desigualdades históricas y los recelos de la minoritaria clase media, que desconfía de un dirigente que asocia al populismo del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, llenan el futuro de incógnitas.

Más parece que el éxito cosechado en el referendo por los gobernadores inclina la balanza hacia la consecución de un estado de rebelión provincial permanente con la vista puesta en las rentas de los yacimientos de petróleo y de gas, de cuya explotación depende en gran medida el porvenir del país de Morales.