El término histórico está tan manoseado que ya da pudor utilizarlo. Pero si no lo usáramos para definir las elecciones presidenciales en EEUU incurriríamos en una elusión histórica. Las elecciones de ayer han sido históricas porque nos permiten despedir a uno de los presidentes norteamericanos más nefastos de la historia, para EEUU y, en lo que nos incumbe, para el mundo.

George Bush llegó a la presidencia de un país con las arcas llenas y en 8 años ha transformado el superávit de 168.000 millones de dólares que le dejó Clinton en un déficit de 400.000, situando al país más rico del mundo al borde de una recesión desconocida desde el crack de 1929. Además de dilapidar la hucha del Estado ha conseguido hacer trizas la enorme popularidad que acumuló tras los atentados del 11-S, a la que ni siquiera llegó el carismático J. F. Kennedy , hasta situarse en la cola de los presidentes más impopulares, por debajo incluso de Nixon . No es extraño que McCain le haya escondido en su campaña y haya evitado cualquier referencia, para no intoxicarse. Y por si todo esto fuera poco, Bush también ha tenido que tragarse su ideología ultraliberal para convertirse en el presidente más intervencionista de la historia de EEUU.

Fuera, las cosas no han ido mejor. Sus teorías de la guerra preventiva, de la lucha global contra el terrorismo, del eje del mal, han situado al mundo ante el espejo de la indecencia. Una guerra ilegal basada en mentiras amañadas, las crueles torturas a presos iraquíes en Abú Graib, los secuestros de prisioneros por parte de la CIA y la indecente prisión de Guantánamo son hitos difícilmente superables en la historia de la infamia universal. Y todos ellos forman parte de la herencia que Bush deja a su sucesor y al mundo.

El próximo inquilino de la Casa Blanca recibe la peor de las herencias posibles, un territorio cargado de minas por una gestión incompetente. Su mandato acumulará aciertos y errores; los historiadores juzgarán cuando acabe su mandato si ha sido buen, regular o mal presidente. Pero difícilmente será peor que George Bush. Eso que nos quitamos de encima...