Los servicios de caballeros de la Estación de Autobuses de Cáceres son el escenario de proposiciones y furtivos encuentros homosexuales. No es extraño que algunos ciudadanos hayan alzado su voz contra este hecho, porque en ningún caso unos lavabos públicos son un lugar indicado para prácticas sexuales, con independencia de si son homo o heterosexuales. Bastaría recordar la necesaria protección a la infancia para rechazarlo. Se trata, por tanto, de una situación a la que hay que poner coto.

Junto a la sorpresa porque un viajero que necesite utilizar un baño reciba insinuaciones --y en ocasiones no solo insinuaciones sino proposiciones explícitas-- de tipo sexual en un lugar así, se impone otra sorpresa que también preocupa: según testimonios recogidos por este periódico a raíz de la denuncia de un ciudadano, estos hechos se vienen repitiendo desde hace mucho tiempo, y el gerente de la Estación de Autobuses, Eduardo Hernández, ya lo ha puesto en conocimiento, repetidas veces, de las autoridades policiales y municipales. ¿Entonces, a qué hay que esperar para actuar? Sobre todo si, como también señala el gerente, las personas que se dedican a ofrecer sexo a los viajeros están identificadas, precisamente porque llevan tiempo haciéndolo. Obligarles a que abandonen sus propósitos no debe ser tarea difícil, y que debería llevar a cabo la policía, no los vigilantes privados de la estación, cuya capacidad para obligarles a hacerlo es siempre menor.