Cerrando el tórrido verano, en tiempos de crisis y de la mano de las concejalías de cultura y de dinamización de la juventud, nuestra ciudad retorna, reinventándolas, a las esencias del pasado en su propuesta de recuperación de la fiesta de San Miguel. Entretanto, en el pueblo vecino de Malpartida, en una línea más vanguardista, el museo Vostell moldea futuro. Dos formas de renovación con sonidos diferentes: el estrépito del sonido callejero, festejando al santo, y un arte sonoro, más íntimo, en el silencio de la noche malpartideña con otros virtuosos de por medio.

En esta segunda propuesta, un lugar de sosiego en el medio rural, en su ya consolidado ciclo de música contemporánea, se ha llenado, en el crepúsculo, de resonancias musicales de nuevo corte, fortalecidas con el magnífico colofón, en la sesión de cierre, de la obra de Francisco López. La divergencia de las dos ofertas me ha llevado a considerar cómo hoy, en el mundo interconectado del S. XXI, Cáceres, con el telón de fondo de aspiración a la capitalidad cultural, se sigue debatiendo entre el esencialismo de lo que se califica como tradición, y la renovación o vanguardia que implica ser un referente internacional de la cultura.

Desde esta perspectiva, entiendo que iniciativas culturales como la que ha ofrecido en esta ocasión el museo Vostell, son una muestra de los resortes alternativos al continuismo cultural. El capítulo de lo nuestro, lo de toda la vida tiene ya un lugar consolidado que no va a perder y es la innovación y la novedad la que nos situará con ventaja ante lo que está por llegar y que cada vez se acerca con notables diferencias y con mayor vertiginosidad. Coger o no ese tren marcará la diferencia a la que se aspira en nuestro entorno autonómico.

Paloma Sánchez **

Cáceres

Antropóloga social.