Cuando en 1991, José Monge Cruz, conocido universalmente como Camarón de la Isla cantó en el Teatro Romano de Mérida ya era un artista en declive. Falleció apenas un año después. Aún así, los destellos de genialidad seguían asomando en cada uno de sus melismáticos quejíos. Camarón siempre tuvo ‘duende’. Los músicos nos pasamos la vida buscándolo. Fue Federico García Lorca quien dijo al escuchar a Falla que tenía duende, y al preguntarle por esa cualidad la describió como ‘sonidos negros’. Efectivamente, Camarón cantaba en Mérida y desgranaba sus ‘quejíos negros’, aunque cada vez más mermadas sus cualidades líricas por el cáncer de pulmón que padecía y una vida algo errática. De personalidad voluble, era siempre un misterio si finalmente se subiría o no al escenario a cumplir con sus obligaciones contractuales. Los genios -y él lo era- son así.

Se cumplen 25 años de la muerte de José Monge Cruz, pero no de Camarón. Él es eterno, un superhéroe de barrio, un santo laico gitano pero por el que sienten devoción los amantes del flamenco.

Con su disco La leyenda del tiempo consiguió algo único. Cuando nadie hablaba de fusión y siendo él uno de los flamencos más puros, mezcló bajos eléctricos y sintetizadores con bulerías, alegrías y fandangos. Creó algo nuevo, que no era fusión, que no era una simple mezcla bien hecha. Muchos son los que cantan, tocan y componen. Solo los auténticamente tocados por la ‘varita del de arriba’ logran crear verdaderamente algo nuevo. Él lo hizo. Y se convirtió no solo en icono de los gitanos, sino de la música universal, gracias a un talento arrollador y gigante.

Ahora cuando los músicos que le conocían le van a hacer un homenaje con motivo de la efeméride de su desaparición (Luis Monge, Jorge Pardo, Carles Benavent, Tino di Geraldo y Rubem Dantas) recuerdo ese concierto en Mérida con Tomatito a la guitarra en el que que a pesar de todo el de la Isla nos llevó al éxtasis flamenco. Refrán: El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero.