TLta campaña publicitaria del PP retrata a unos niños del año 78 que reclaman su participación en el debate constitucional. Uno, que entonces era más joven que los chicos del anuncio, se pregunta si no deberían haberse introducido antes esas modificaciones. Es curioso que nadie viva ni trabaje con las condiciones, herramientas ni costumbres de la serie Cuéntame , pero que la ley de leyes sea vigente e intocable. Además, las dos generaciones que no votamos el 6 de diciembre de 1978 deberíamos tener la oportunidad de poder participar --alguna vez-- para no acabar creyendo que la Constitución es de naturaleza divina y no humana. Hasta tal punto está desfasado el texto que, cuando el lunes pasado nace Leonor , todo el mundo se da cuenta de que la discriminación legal por razón de sexo consagrada en el texto legal es tan anacrónica como el decorado de la familia Alcántara. Pero son tantas las circunstancias que han cambiado en estas décadas que modificar la Constitución sólo por este hecho sería un ridículo absoluto. Si la monarquía es una institución insustituible e intangible debería serlo con todas las normas inherentes a su carácter sobrenatural. Si la cuestión es adecuar el acceso a la Jefatura del Estado a los nuevos tiempos podemos dar un paso y eliminar la discriminación no sólo en función del sexo sino también del apellido.

Es triste escuchar a toda hora a quienes ya están determinando hasta los estudios de la recién nacida, su formación militar y hasta el tratamiento de su futuro marido: si no fuera porque lo vemos en la tele pensaríamos que estamos en el medioevo. La modernidad que plantea superar estos desajustes podría avanzar hasta conseguir que la más alta instancia del Estado pudiera ser una mujer, hija de inmigrantes ecuatorianos, sin lustre en los apellidos ni glorias bélicas entre sus antepasados, pero elegida por voluntad popular. ¿Tan difícil sería algo tan simple?

*Profesor y activistade los derechos humanos