TCtreo que será muy difícil volver a sentir lo que el pasado seis de junio me recorrió el espinazo cuando Mateo Díez y Saramago hablaron del Premio Extremadura a la Creación concedido a Angel Campos . La semilla en la nieve , el libro de poemas que brotó a la muerte de la madre, no es sólo el mejor libro de autor extremeño del año 2004, sino que es, en palabras de ambos autores, lo mejor que se ha escrito en poesía castellana en casi cincuenta años. Me da igual que las cifras de años, los calificativos o el glosario de méritos del autor, justifiquen galardones y prebendas; un solo poema de ese libro es un monumento a la sensibilidad, al estremecimiento por la ausencia, al silencio que jamás se podrá llenar con algo, al abismo que nos colma de vértigos y, sobre todo, a cada una de nuestras biografías. Yo, como Angel, como tantos de nosotros, he llorado a mi madre, y en ese llanto producido por el desgarro, había retazos de impotencia, diálogos aplazados, besos detenidos y muerte, esa muerte que como dama de hielo se instala en nuestro domicilio íntimo y su presencia, su silencio definitivo y su mirada nos reduce a cachorros desesperados. En ocasiones he deseado haber escrito algún trozo de relato, unos versos, una carta tan sólo de los textos que me emocionan. Un destello de Neruda , un chispazo de García Márquez , una escena de T. Williams , me bastan. Ahora debo añadir, tras la lectura reposada de La semilla en la nieve que con algo de ese libro, con el título, hermosísimo, o con el talante de Angel, con un reflejo únicamente, ya me daría por satisfecho. Enhorabuena, maestro, poeta, amigo y orgullo de quienes seguimos buscándonos entre la nieve.

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala