XNxo podría asegurar que mi propia sensación en relación con las ya inmediatas elecciones sea muy generalizada, pero me resultaría sorprendente que no fuera así. Y esa sensación, la principal de todas, es que en los casi treinta años transcurridos desde el inolvidable 15 de junio de 1977, nunca se habían producido en nuestro país unas elecciones tan aburridas, tan carentes de interés como éstas. Sea porque todo el mundo da por hecho que las ganará el PP, sea porque los candidatos a presidente de Gobierno carecen del atractivo que en su día desplegaron un Adolfo Suárez o un Felipe González, o bien porque los anhelos de cambio han sido sustituidos por un conformismo conservador que prefiere el "que me quede como estoy" a cualquier modificación de la situación, creo yo que la ciudadanía asiste desmotivada y con grandes dosis de escepticismo a una campaña que se va haciendo larga, pesada, reiterativa.

Desde el punto de vista de un observador modesto, que no tiene acceso ni a las informaciones reservadas ni a las consignas que puedan conocerse en el interior de los partidos, el período preelectoral invita a todo, menos a ir a votar con ilusión y entusiasmo. Si a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad le debe asquear el uso que el Gobierno, actuando como tal, ha hecho de la entrevista entre Carod y ETA, pretendiendo arrojar, por otra parte, al vacío y a las tinieblas exteriores a unas cuantas decenas de miles de pacíficos ciudadanos catalanes, que tienen todo el derecho del mundo a defender democráticamente sus ideas independentistas, aquéllos que pudieran inclinarse por los partidos de izquierdas se hallarán en una disyuntiva de difícil solución. ¿No votar, desaprovechando así la ocasión de decirle no a un cada día más insoportable Aznar, que excomulga a diestro y siniestro, que incluso acude a la ofensa personal de su adversario, y cuyas manos aún deben tener algún rastro de lo que ha contribuido a derramar en Irak, o votar a quienes ya anuncian que no gobernarán en coalición, ignorando la composición ideológica de la sociedad española, en el que las ideas de izquierda son mayoritarias, aunque se encaucen en distintas organizaciones? ¿Votar mirando cómo se actúa en Madrid o no votar tras mirar hacia Mérida? ¿Depositar un voto puramente testimonial, acaso? Sin embargo, hay un aspecto que resulta aún más preocupante que los anteriores. Y si bien yo escribo esto en Cáceres, la pregunta que sigue se la podría formular uno en cualquier otro lugar, no ya de nuestra región, sino, probablemente, de toda España. ¿Conocen los electores quiénes son esos candidatos que encabezan las papeletas entre las que tendrán que elegir una el próximo día 14, si es que eligen alguna? ¿De veras conoce la mayoría de los votantes quiénes son esos señores o señoras a los que van a dar su voto por cuatro años? ¿Conocen cómo piensan, cómo hablan, dónde podrán reclamarles en el futuro promesas incumplidas, compromisos olvidados? Les aseguro algo: si ahora mismo me preguntaran por quiénes podrán representar a nuestra provincia en el Congreso de los Diputados, acaso les diera uno o dos nombres, poco más. Pero si me preguntaran por los candidatos al Senado, entonces mi silencio sería absoluto. ¿Desinformación por mi parte? ¿Desinterés por la cosa pública? ¿Excepción entre la ciudadanía? Que el lector se responda a sí mismo. Y que recuerde en todo caso que el voto en blanco, por no hablar de la abstención consciente, es también una opción perfectamente legítima y democrática.

*Profesor