Será la falta de lluvia, la sucesión de días secos como el esparto, de noches asfixiantes aún en septiembre, de duermevelas con la boca seca de soñar amaneceres nublados.

Será eso. Será que necesitamos una tormenta, un chubasco, unas gotas gordas y pesadas como las de antes, cuando también caían del cielo hormigas con alas, y nos parecía normal.

Qué lejos queda siempre lo cotidiano. Tiene que limpiarse el ambiente, renovarse, y tiene que hacerlo ya.

La piel está cansada de esquivar aguijones, moscardones y avispas desorientadas.

Arden las redes sociales como la calle en pleno agosto. Todos opinan de lo ya opinado una y mil veces.

Todos son expertos en Cataluña, en el concepto de nación, de autonomía. Muy pocos leen, pero muchos saben.

Las tertulias se encienden y cualquiera se llama periodista. Y los de verdad no dan crédito a lo que pasa, a que se llame democracia al hecho de convocar un referéndum fuera de la ley, y se tilde de tiranas a las leyes que tratan de impedirlo.

Dura profesión la del periodista. Compite con el ingenio de ciento cuarenta caracteres, pero en su caso sí tienen que estar fundados y contrastados.

A ver qué lector tiene ahora paciencia para ser crítico con la información que nos cae como lluvia por todas partes.

Lo que no cae es la lluvia de verdad, la necesaria, la que limpiaría un poco los coches, las fachadas de las casas, también las fachadas de algunos que cambian de color según el día.

Hoy apoyo la independencia, mañana, no, y así hasta octubre. Qué angustioso debe de ser este sinvivir de no saber o no querer decidirse.

Mientras, el campo sigue seco, respiramos polvo y seguimos contaminados.

En este desierto, nadie parece hecho de nube. Tiene que llover.

A cántaros.