Dramaturgo

Espero ansioso el momento de comprobar si el ritmo de los tambores carnavaleros del 2003 es el mismo de años anteriores o se ha cambiado. Sólo eso, el resto, la cosa de buscarme un disfraz y preparar el cuerpo convenientemente, está, como siempre, por llegar. Me da miedo una cosa, el precio de los bocatas, porque me llegan ecos de moderar las subidas, y ya se sabe, cuando se pide moderación es que se nos viene una encima de mil pares de narices.

Badajoz tiene un excelente Carnaval, no digo que sea el tercero, el cuarto o el segundo, es excelente; los pacenses somos tan excelentes que van a venir hasta de Plasencia a desfilar, las autoridades son excelentísimas, como manda el protocolo, y qué les voy a decir del teatro donde se van a celebrar o se están celebrando las finales de murgas. Badajoz tiene un excelente Carnaval que avanza muy lentamente y, desde luego, no tiene muy segura su pervivencia si se limita a exigir un museo y descuida algo tan sencillo como es la cantera (me refiero a los concursos de coros carnavaleros o rondallas infantiles de los que se habló hace años) o el poso cultural (recopilación de letras y músicas grabadas y textos literarios) se queda al pairo.

Uno vivió en Tenerife hace años y vivió su Carnaval intensamente, pero lo vivió todo el año, no una semana, porque las calles de la vieja Santa Cruz eran un concierto permanente de tambores e instrumentos policordes, de voces afinadas y de partituras que surgían del interior de muchas viviendas y que han perdurado años y años, como las que hicieron los Sabandeños, rondalla carnavalera de finales de los sesenta, algo más que un grupo para desfilar disfrazados de magos (campesinas) de Sabanda.