La guerra que estamos viendo no es la que alegremente habían prometido Bush, Blair y Aznar. El anunciado derrumbe del régimen iraquí no se ha producido. Pero, sobre todo, se está demostrando que no existe la guerra aséptica insinuada antes del ataque, sin apenas bajas civiles. El camino que marcaron los tres de las Azores para liberar al pueblo iraquí sólo le está trayendo muerte y sufrimiento, mientras el dictador de Bagdad y su régimen resisten y ganan imagen día a día en su país y en el mundo árabe. Es de suponer que el dolor provocado por las masacres, algunas de familias completas, sólo traerá un rencor difícil de olvidar y deseos de venganza. La batalla se les va de las manos. Las muertes de niños, mujeres y ancianos no sólo se producen en la primera línea de fuego, o en ciudades machacadas con bombas que menos que nunca merecen llamarse inteligentes. Los ametrallamientos de pacíficos ciudadanos iraquís se han registrado también en zonas liberadas, controladas por soldados inexpertos. Si la derrota de Sadam se consuma pero el espíritu de resistencia iraquí se mantiene, EEUU debe encarar una nueva amenaza: la de dejar de ser un libertador para convertirse en una despreciable fuerza de ocupación.