Escritor

El sábado pasado, atravesaba muy de mañana la sosegante campiña extremeña en busca de un pueblo para mí remoto, pero cuyo nombre me supo desde el principio a gloria: Mengabril. Camino de mi cita, me volvía a asombrar la lejana visión terrosa de los torreones de Trujillo y, al hacerlo, recordaba uno a su abuela trujillana y a otra, panadera del lugar al que iba. Alguien me había comentado, al preguntar en mi ignorancia por su localización, que una de las suyas era de allí y que estaba muy cerca de Don Benito, tanto que ésta iba a vender el pan en burro por todas las localidades de la zona y llegaba como recién hecho.

En Mengabril se celebraba la primera Jornada de Fomento de la Lectura organizada por la Asociación de Madres y Padres Ortigas (que es una palabra preciosa, por cierto) con la colaboración, como es habitual, de distintas instituciones públicas y ninguna privada. Ortigado que venía uno, apenas llegué se me curaron todas las heridas. La tormenta que traía en mi cabeza quedó fuera y al punto empezó a llover. Dentro, un grupo de vecinos y un puñado de defensores de la lectura (arma peligrosa, ya se ve, donde las haya) debatimos sobre su necesidad y su beneficio. Vienen todos diciendo, con razón, que los lectores hay que ganarlos antes que nada en la escuela. Pero la escuela no son sólo los maestros, no se olvide. De ahí la exigencia de comprometer a los padres en la tarea. Y a ello se han puesto los de Mengabril, uno de los poquísimos pueblos de Extremadura que carece (por poco tiempo) de biblioteca. No sólo me alegré por eso sino también porque la jornada se desarrollaba en el medio rural, lejos de los grandes centros culturales (es un decir) de esta tierra. De entre ese puñado de personas que fuimos allí a hablar de libros, destacaría a los responsables de tres proyectos que recibieron el Premio al Fomento de la Lectura en su primera edición. Contaron su experiencia, Marisol Mateos y Manuel Cabanillas, bibliotecaria y director del colegio de Valle de la Serena, respectivamente, así como Conchi Jiménez, bibliotecaria de Azuaga. De muy interesante calificaría la ponencia del Jefe de Sección del Servicio Provincial de Bibliotecas de la Diputación de Badajoz, Isidoro Bohoyo, que aportó algunos datos elocuentes: esta provincia es la tercera en el ránking bibliotecario español, tras Barcelona y Navarra. De históricos calificó los saltos cuantitativos que se han venido dando en todo lo referente al mundo maravilloso de las bibliotecas. La llegada de la democracia cambió radicalmente ese inhumano estado de cosas. En Extremadura el esfuerzo ha sido, en comparación, mayor. Y eso que veníamos de una situación mucho más sangrante. Da gusto saber que sólo un 10% de la población no tiene aún servicio público de biblioteca. La batalla está ahora, como apuntó Bohoyo, en conseguir que los bibliotecarios se transformen en "dinamizadores culturales", un paso que muchos ya han dado.

Terminó Isidoro su intervención leyendo un breve texto de Juanjo Millás (al que los dos escuchamos encantados hace unos meses en Santander) acerca de las ventajas de la lectura. Para ganar dinero, porque a este paso dentro de poco casi nadie sabrá leer y escribir correctamente y esas habilidades serán muy demandadas por las empresas, y como forma de rebeldía. Quedarse en casa un sábado por la tarde leyendo un libro es algo peligroso. Esa tarde, después de atravesar el diluvio, uno se puso a ello. De las consecuencias de ese ejercicio de libertad, sabe bien cierta censora.