El 16 de junio fue un día especial para mí, pues después de 10 años, me casé con mi compañero Enric. Como homosexual cristiano, quiero expresar mi enérgica condena a las declaraciones que continuamente debemos escuchar de los dirigentes de esta Iglesia nuestra que nos representa. Es una lástima que los homosexuales seamos tachados constantemente de gente pervertida, desenfrenada y libertina, y a la feligresía se les pida un poco de compasión ante estas personas que presentan alguna carencia afectiva. El día 16, ante el juez, recordamos a todos aquellos que nos han precedido y que, a diferencia de nosotros, no pudieron alcanzar el objetivo de ser reconocidos como matrimonio homosexual. Sí, matrimonio homosexual, la unión de hombre con hombre o la de una mujer con otra mujer. Para algunos, chocante, y para otros, una justa y necesaria reivindicación de derechos. Nuestro sí no ha sido en el altar de una iglesia, sino ante un representante del poder civil. Es el derecho que el Estado civil nos otorga sin distinción de género, orientación sexual o religión y que nuestra Iglesia nos prohíbe. Y aunque nunca renunciaremos a la Iglesia, aquella que no margina, sino que cobija y en la que cabemos todos -y de la que nosotros como cristianos también formamos parte-, parece que homosexualidad e Iglesia, por alguna gerontocracia palatina, se ha vuelto incompatible con sus propias leyes: el del derecho canónico. Nosotros, como Iglesia de base y plural, preferimos recordar los pasos del Evangelio, esencia verdadera de la ética cristiana. Hoy, más que nunca, los derechos de tantos colectivos deben ser reivindicados continuamente y recordar que estos se han de ir ganando cada día, pues parece que, para algunos, el tiempo no pasa ni tampoco tiene ganas de pasar. Enric, gracias por militar por la causa gay, por luchar por una Iglesia integradora y, sobre todo, por amarme.