Un comentario periodístico frívolo sobre la atracción que sentiría incluso el profeta Mahoma ante la belleza de las candidatas al título de Miss Mundo reunidas en Nigeria ha sido suficiente para desencadenar una nueva ola de violencia entre las comunidades musulmana y católica, que ayer se extendió a la capital del país, Abuja. Desde que en 1999 los estados del norte de Nigeria, de mayoría musulmana, impusieron la ley islámica a toda la población, las matanzas entre grupos religiosos y étnicos, contenidas apenas por las autoridades federales, han provocado ya unas 10.000 víctimas. Los concursos de belleza son un anacronismo que atenta contra la dignidad de la mujer. Y la celebración del certamen de Miss Mundo de este año en un país donde una campesina puede ser condenada a muerte por tener un hijo fuera del matrimonio es la demostración definitiva de la nula sensibilidad de los organizadores ante los derechos de las mujeres. Los sangrientos enfrentamientos de estos días demuestran, además, la irresponsabilidad de instalar este espectáculo sobre un polvorín de intolerancia religiosa. Ni los gobernantes nigerianos limpiarán la imagen de su país, ni los responsables del certamen dignificarán su circo.