La visita de Li Kequiang , viceprimer ministro chino, en un momento de crisis económica como el que atraviesa España, es una buena noticia. Viene en gira de negocios. China lo compra todo porque de todo necesita --materias primas, tecnología y equipos-- en su espectacular carrera para hacerse con el liderazgo económico del mundo. Ocupa ya el segundo puesto, detrás de los Estados Unidos. Tras haberse implantado en aquellos países africanos con mayores reservas de minerales estratégicos --colombio, tántalo, uranio, petróleo, etcétera--, se está abriendo paso a marchas forzadas en Iberoamérica, en busca de las materias primas. Con sus más de 1.300 millones de habitantes, va camino de ser el primer actor económico del siglo XXI.

La aparente facilidad con la que el Gobierno chino combina un régimen político totalitario con una economía libre de mercado desafía la lógica y desconcierta a los politólogos. El extraordinario desarrollo que ha experimentado en los últimos 30 años --crecimientos anuales por encima del 10%-- se explica, en parte, por el régimen de semiesclavitud en el que se plantean allí las relaciones de producción. Salarios bajísimos, nulos derechos laborales y policía política pronta para aplastar el menor atisbo de disidencia. Crecimiento, pues, no equivale a bienestar.

Este orden de cosas sobre el que, por cierto, los países democráticos que comercian con China procuran pasar de puntillas, es la clave para entender las bases sobre las que se apoya el milagro económico chino. ¿Cuánto tiempo podrá seguir así? Hay quien opina que puesto que la libertad es indivisible --y ahora sólo conocen la libertad económica--, el cambio de sistema y la implantación de la democracia es sólo cuestión de tiempo. ¿20, 30 años, una generación? Nadie lo sabe. A pesar de los cambios y de los nuevos tiempos, China sigue siendo aquel enigma rodeado de misterio al que se refería Churchill cuando las terminales políticas y económicas de Hong Kong todavía pasaban por Londres. Ahora es Pekín quien controla buena parte de las divisas y, por lo tanto, de las finanzas de Occidente.