La escuela de Santiago, como la mayoría de las escuelas de pueblo, es viejina, como muchas cosas en nuestra tierra; sus paredes, aunque parecen nuevas, ya tienen casi 100 años, y en un siglo, han pasado por sus aulas, decenas de profesoras y profesores, y cientos de niños y niñas que hoy día se hallan dispersos siendo los adultos que vivieron su niñez entre los mismos muros que nosotros y jugaron en el que hoy es nuestro patio.

Ya en los años 30 del siglo XX, vuestro compañero, el pedagogo Giner de los Ríos, dijo que «la salvación de España vendría por la formación», y esa realidad es y ha sido así en todo momento, y lo es y ha sido en nuestro pueblo y en el madrileño barrio de Salamanca. La diferencia entre entonces y ahora, o entre aquí o allí, es ninguna, y eso ocurre gracias a los maestros y maestras que desarrolláis vuestra labor siempre y en todos los lugares con el mismo tesón, con la misma profesionalidad.

Nosotros y nosotras somos niños que queremos vivir en un mundo que sea justo, igualitario, humano, que mejore; y vosotros y vosotras los profesionales, los apasionados de que ese sueño quimérico se convierta en realidad. No sois las personas que podéis cambiar el mundo, sois algo más importante: sois las que podéis enseñarnos cómo hacerlo mejor.

Por eso estas letras de niños y niñas (y madres y padres) que despiden orgullosos y agradecidos a sus maestros de pueblo, que os desean con cariño y sinceridad, desde lo más hondo de sus corazones, que allá donde vayáis, no os olvidéis de Santiago de Alcántara, de su escuelina de pueblo, y os piden, si es que algo os podemos pedir, que sigáis formando y enseñando a niños y niñas que se conviertan en los adultos que hagan realidad todos nuestros / vuestros anhelos.