Recuerdo cuando el Gobierno de Zapatero empezaba a hacer aguas, debido sobre todo a la pésima gestión de la crisis económica. Por aquel entonces en el Metro de Madrid empezaron a aparecer grandes anuncios publicitarios sobre la repatriación voluntaria; el Estado español pagaría el viaje a todo inmigrante que, previo compromiso de no regresar en un determinado tiempo, decidiera volver a su país de origen. Y es que en aquel momento se había multiplicado el número de personas, tanto inmigrantes como españoles, que cada día perdían sus empleos.

Entonces hubo una parte de la sociedad que alzó su voz contra una decisión que nunca estuvo bien vista. Aunque los mismos que se hacían abanderados de la causa en público, en privado aminoraban lo negativo de la misma, y eso que los resultados nunca estuvieron cerca de los objetivos planteados. Una medida que había existido antes, aunque su realidad había sido mucho más discreta.

Hace unos días debatía con un buen amigo sobre el conflicto contemporáneo entre Israel y Palestina. El, bastante más conocedor de la política internacional que yo, e infinitamente más progresista, compartía conmigo la opinión y la postura. La primera, sobre la posición histórica de España, siempre pro Palestina, aunque poco conocedora e implicada en el tema; y el firme convencimiento de que Israel, además de ser un freno al potencial islamismo de Hamas, no deja de actuar de la misma manera racional que muchos pediríamos en caso de vivir una situación igual. Con la salvedad de que mientras yo me declaraba a favor del Estado judío, él me juraba que negaría haberlo dicho.

Y así, mientras seguimos anclados en la tranquilidad de lo políticamente correcto, los eufemismos y el siniestro concepto de mayoría social, seguirá yéndose al garete nuestra madurez democrática; y continuaremos maltratando nuestra propia libertad individual.

jmmartinache