Profesor

La "ilegal e inmoral" invasión de Irak se ha consumado contra la opinión de la mayoría del Consejo de Seguridad, contra el deseo de las más altas jerarquías de la Iglesia Católica y de muchas otras comuniones, contra la opinión de los gobernantes de países de tanta importancia como Francia, Alemania, China o Rusia, contra la opinión pública mundial. La amargura en las gentes de bien, la tristeza entre quienes rechazan que la fuerza bruta sea la que rija las relaciones entre los pueblos, estará teniendo dimensiones planetarias. Y, por primera vez en siglos, la agresión ilegal, el ataque vasallador, la desigual batalla del elefante contra la hormiga se estará perpetrando con la participación de nuestro país, con el apoyo del Gobierno español a una acción que, según demuestran no ya las multitudinarias manifestaciones que han recorrido nuestras calles en los pasados días, sino todas las encuestas realizadas, es rechazada por la inmensa mayoría de la ciudadanía. ¿Es democracia apoyarse en una mayoría parlamentaria lograda hace años, basada en buena parte en un sistema electoral que prima a los grandes partidos en detrimento de los menores, para comprometerse a toda una nación en un disparate sin precedentes?

Se escribirán libros en el futuro tratando sobre cómo se reestructuró el mundo, cómo se establecieron las nuevas relaciones de poder en las fechas que estamos viviendo. Es menos probable, en cambio, que los estudiosos se detengan a analizar hasta qué punto el cinismo campó por sus respetos en estos días. Me permitirá el lector que cite un solo ejemplo de los muchos que podrían ilustrar lo que digo: al finalizar la teatral "cumbre" en las Azores (los tres jefes del eje bélico se desplazaron miles de kilómetros para una reunión de apenas 50 minutos: suficientes para dar el visto bueno a lo que les traía ya preparado el americano) y celebraron una breve conferencia de prensa. El primer ministro británico, casi descompuesto, con una expresión en su rostro que ha descrito magistralmente Vargas Llosa, tiene la palabra. Y olvidados los objetivos que inicialmente se manejaron para urgir a Irak a que cumpliera las resoluciones de la ONU, olvidados incluso los pretextos referentes al carácter dictatorial del régimen de Sadam Husein, alega, en palabras casi textuales, que el presidente iraquí es el culpable de las muertes anuales de miles de niños en su país, carente de medicinas y alimentos básicos. Y lo dice precisamente uno de los responsables del injusto bloqueo que ha ocasionado esas muertes. ¿Cabe mayor muestra de cinismo? Un destacado ministro británico, responsable en tiempos pasados de los Asuntos Exteriores, incapaz de soportar por más tiempo la situación, presentó su dimisión segundos después que los embajadores del eje en la ONU, ante la evidencia de que la mayoría de los países rechazaban el ataque, anunciaron el fin de la vía diplomática. El inicio de la guerra, pues. ¿Conocerán la palabra dimisión los ministros españoles, los diputados del PP, los simples militantes de base de ese partido? Triste medalla la que se van a colgar del pecho por méritos bélicos. No creo que sea precisamente la del valor.