WIw mpartir justicia es un ejercicio que requiere el máximo rigor y la máxima seriedad no exenta de solemnidad. Si lo que se está juzgando son crímenes de guerra y contra la humanidad, estos requisitos son mayormente necesarios dada la magnitud de los delitos en cuestión. Por ello, el espectáculo que en los últimos días ha convertido al Tribunal Especial de las Naciones Unidas para Sierra Leona en una pasarela de figuras propias del papel cuché, está haciendo un flaco favor a la causa que se dirime. En Sierra Leona, la guerra que en los años 90 desató incalculables atrocidades en aquel país africano se financió mediante los llamados diamantes de sangre con la intermediación de la Liberia que presidía Charles Taylor, uno de los instigadores de aquel conflicto al que solo consiguió poner fin una misión internacional. En el banquillo de los acusados de La Haya se sienta aquel expresidente. Una de las bazas de la fiscalía era la comparecencia como testigo de la supermodelo Naomi Campbell, receptora de unos diamantes, al parecer en bruto, que le había regalado el dictador liberiano, testimonio que podría corroborar que el exdictador traficaba con piedras preciosas. La pátina de mundanidad que daba al proceso la notoriedad de la testigo podía haberse quedado ahí, solo que la aparición de versiones contradictorias aportadas por la actriz Mia Farrow y la exagente de la modelo, que mantiene un agrio litigio abierto con su antigua empleadora, han convertido el proceso en un circo indigno de un tribunal como el que juzga delitos cuya magnitud es tal que ni prescriben.