THtace unos días nació el primer toro de lidia clonado, que no morirá en una plaza tras ser faenado por un torero, sino en un matadero tras haber fecundado a un determinado número de vacas. Cuando me enteré del acontecimiento, lo primero que pensé, a pesar de no ser taurófilo, fue que a partir de ahora los aficionados pueden esperar que los toros se engendren a capricho de los distintos matadores, y por lo tanto el éxito en los lances y tercios estará asegurado. Imaginen un toro con la casta idónea para la forma de torear de José Tomás , o de Perera , por ejemplo. Aunque, por otro lado, supongo que la mayoría de los aficionados preferirían ver salir al ruedo a un toro con carácter aleatorio, por lo del purismo de la fiesta.

Muchas veces he oído hablar de la clonación de seres humanos y me he acordado de ese amigo socarrón y buenazo que te alegra la vida y sabes que te quiere bien. Harías un montón de copias de su persona para que el mundo estuviese lleno de buena gente. O de la dependienta de la frutería de tu barrio, tan espontánea y tan simpática ella, que siempre te cuela una manzana con viruela, pero tú sabes que ese es el precio que has de pagar de más por su eterna e irrepetible sonrisa, nada desdeñable tan mal como están las cosas. Salpicarías el mundo con sonrisas semejantes.

Pero en realidad, conociendo bien al ser humano, temo que su clonación se utilice para fines poco recomendables, y estaría dispuesto a firmar cualquier documento en su contra. No quiero pensar qué ocurriría si a un loco científico clonara mil veces un espécimen de sicópata, o lo que es peor, se clonara dos mil veces a sí mismo. No imagino yo mil cuerpos y mentes de Hitler , por ejemplo, repartidas por el mundo exterminando las irrepetibles sonrisas de los que no fueran de su gusto.

Es posible que mediante la clonación de humanos ejemplares un científico pudiera crear un mundo perfecto. Pero, ¿qué ocurriría si el propio científico no fuese un humano ejemplar?