WEwl auge en las ventas de vehículos de segunda mano, frecuentes en motocicletas y camiones, ha alcanzado a los turismos. Hace unos días, se supo que el número de ventas de coches nuevos y de segunda mano en España habían alcanzado la paridad. Se atribuyó a la necesidad de las familias de obtener este bien necesario en la vida laboral, a un precio más asequible. Aquel bosquejo de explicaciones tiene hoy una explicación más detallada. Hay otras razones por las que España se acerca al modelo centro-europeo, donde se venden más coches usados que nuevos, porque el clima es determinante en el deterioro de los vehículos y hay un traspaso natural entre quienes hacen muchos kilómetros y los que solo necesitan desplazarse en recorridos cortos. En el caso español, la equiparación de ventas de coches nuevos o seminuevos ha puesto al descubierto una práctica comercial: la presión de los fabricantes sobre los concesionarios les ha empujado a crear la figura del kilómetro cero, vehículos nuevos a los que les ha hecho rodar lo justo para que se puedan considerar de segunda mano. El comprador se ahorra el 15%, dado que se trata de un bien perecedero ya usado. Para el vendedor, a menudo una pyme, quedan los gastos de los impuestos que gravan al automóvil, porque ha atendido incluso a los de matriculación para simular que se trata de una reventa. No hay engaño al consumidor, pero el fenómeno de estas superventas avisa de que algo falla en la cadena que enlaza a fabricante y concesionario, de la que no es ajena la presión de los impuestos.