TCtuando emprendemos proyectos es imprescindible conocer nuestros límites. Ese conocimiento te permite saber lo que nunca podrás hacer y, sobre todo, que dentro de esos límites todo es posible. Si un deportista juega enfermo, sabe que quizá no podrá batir un record, pero eso no le impide ganar.

La política, como todo proyecto humano, tiene sus propios límites. No son pocos. Y es bueno conocerlos bien, para saber lo que jamás podremos conseguir políticamente y, por tanto, todo aquello que sí está al alcance de nuestra mano.

Algunos de esos límites, que parecían insalvables hace siglos, se han ido superando, aunque sea parcialmente: los geográficos o los comunicativos, por poner los dos ejemplos más claros. Sin embargo, nos olvidamos a menudo de que hay un límite, por definición, infranqueable: la condición humana.

La política la hacen hombres y mujeres, y esperemos que siga siendo así, con todas sus capacidades y con todas sus limitaciones. Digo esto, que puede parecer una obviedad, porque últimamente nos asombramos de algunas cosas que son mera consecuencia de nuestra condición humana. Lo argumentaré con ejemplos, que ayudan a la síntesis.

Nos asombramos, por ejemplo, de que aunque el PP haya quedado ya al descubierto --lo de Rodrigo Rato es solo la guinda del pastel-- como un partido atravesado por la corrupción económica, haya tanta gente dispuesta a seguir votándole.

Pero no ha de extrañarnos. Una de las cosas que empuja al ser humano es su bienestar económico independientemente del bien común. Es un impulso primario de supervivencia. El votante del PP piensa esencialmente que cada uno debe arreglárselas como pueda en esta selva que es la vida, y por eso no le gusta el Estado fuerte y sí las empresas privadas fuertes. Así que es plenamente coherente que "entiendan" a Rato mucho mejor que todos los demás y puedan, incluso, "disculparle".

XPODRIAx asombrar a muchos que el votante del PSOE, tradicionalmente un partido de gobierno y de estabilidad, apueste ahora por fuerzas nuevas que intrínsecamente no pueden prometer esa estabilidad. Pero es fácil de entender si sabemos que la confianza es uno de los valores supremos que necesitamos preservar.

No le damos la mano a quien creemos que puede soltarla cuando más lo necesitamos. ¿Y cuántas veces ha hecho eso el PSOE con sus votantes? Hay quien ya no está dispuesto a volver a agarrarse a esa mano. ¿No es lógico?

Pero otros se asombrarán de que siendo así tanta gente quiera seguir votando al PSOE. ¿Cómo no? Si precisamente otro de los valores que la condición humana necesita es la seguridad, y el PSOE cogió un país post-dictatorial convulso y, mediante la estabilidad entre otras cosas, lo equiparó a las grandes democracias del mundo.

Hay quien quizá no entienda por qué hace unos meses Podemos parecía que podía ganar las elecciones y ahora parece que su voto se diluye en otras opciones. Porque no entiende otras pasiones humanas, como la rabia o el miedo.

Por rabia el ser humano es capaz de hacer cualquier cosa, incluso matar o matarse. Y aunque hay muchos españoles que hace unos meses ya tenían claro que su partido era Podemos (por convicciones, por decisión estratégica o por cualquier otra loable razón), muchos otros solo querían votarles por rabia. Y la rabia se desvanece pronto.

XPASA LOx mismo con el miedo, impulso innato que ayuda a alejarnos del peligro para sobrevivir, y que muchos han sentido por Podemos debido a su organización poco ordenada, a sus cambios de opinión, a sus relaciones con regímenes poco democráticos o, simplemente, a la poca claridad respecto al tipo de país que querrían.

¿Cómo es posible que Ciudadanos suba tan rápido? Se sorprenden algunos. Y lo explican con el apoyo de los medios, pero deben haber olvidado cómo se hizo lo mismo con UPyD y no cuajó. No, no es esa la explicación. Es que, dado un contexto de cambio claro como este, y siendo Podemos y Ciudadanos las dos opciones nítidas para ello, mucha gente (no toda) prefiere a quien da más sensación de orden, limpieza y estabilidad. Menos miedo.

La condición humana es, parece obvio, el límite de toda actividad humana. También de la política. No nos sorprendamos pues de que ahora --y siempre-- la ciudadanía actúe llevada por el miedo, la rabia, la confianza, la necesidad de estabilidad o el interés personal (y más cosas). Gobernar una sociedad solo es posible desde el profundo conocimiento de esa sociedad. Y lo humano es previo a todo. Una apelación equilibrada a todo lo incontrolable que tiene el ser humano es una receta segura que ningún asesor político puede superar.