TEtl derecho que usted tiene a pasear tranquilamente por la calle puede ser vulnerado por el estridente rugido de una zarriosa motocicleta a la que un indolente joven con irrefrenables ganas de molestar arrea con furia para sacarle el máximo número de decibelios. Un día tras otro los insoportables ronquidos de motocicletas sin silenciador nos dan la tabarra. Y encima, para colmo, proliferan como las langostas. Uno se pregunta a qué cuento un crío de no más de dieciséis años anda dando bandazos temerariamente con una moto entre los coches sin sentido ni necesidad. ¿Cuándo terminarán las autoridades con estos biciclos rabiosos, y cuándo se sancionará a los que los conducen? Desde hace un tiempo estos vehículos tienen la obligación de pasar la inspección técnica y no la superan si el motor del aparato no lleva su silenciador. Pero el problema persiste.

Otra modalidad acústica ideada para fastidiar a los viandantes es el automóvil conducido por un melómano con mal gusto y todas la papeletas para quedarse sordo en un futuro no muy lejano, que circula con todas las ventanas abiertas y la música a descomunal volumen, para que todos nos enteremos de que tiene coche --en ocasiones decorado horrorosamente-- y de la música por la que tiene preferencia, que suele ser un repertorio plagado de rumbas lolailos, rap, o regetón. A estos se les debería cobrar un impuesto especial para cubrir los gastos con cargos a la sanidad pública del tratamiento de su futura sordera.

A menudo se hacen campañas para concienciar al ciudadano de que hay que cuidar el medio ambiente y no contaminar el planeta. Reciclar pilas, aceite, vidrio, papel es una actividad muy ecológica y necesaria, pero la contaminación acústica también existe y sin embargo no se hacen campañas para impedir su aumento. No sería mala idea que los grupos ecologistas se movilizaran y expresaran también sus protestas contra estas costumbres contaminantes que no se ven, pero se oyen.