Correr es de cobardes», dice un amigo mío. «Correr es aburrido», dicen otros. Pero de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda el running, que significa lo mismo, pero en inglés, y por ello parece que mola más.

Como los nuevos ciclistas, los runners llevan todo un uniforme de combate: brazaletes que miden las pulsaciones, calorías quemadas, kilómetros recorridos e intensidad por minuto; cinturones inteligentes que añaden las funciones de un smartphone; cintas kinesiológicas para prevenir lesiones. Todo ello acompañado por mallas y zapatillas de marca, o por camisetas térmicas en invierno.

Los runners gastan de media casi 500 euros anuales en equipamiento. Comparado con ellos, diríase que quien se enfunda un pantalón corto («unas calzonas» dicen en Cáceres), una camiseta y unas zapatillas normales, es un pobretón o alguien que no se toma en serio su deporte.

El nuestro no es un país deportista, aunque produzca deportistas de élite. La Marca España (síntoma patético de los tiempos que vivimos, a nadie parece escandalizar que nos conviertan de un país en una marca: camino vamos de la distopía imaginada por David Foster Wallace en La broma infinita, donde los lugares y fechas del calendario llevan los nombres de sus patrocinadores) presume de sus Rafa Nadal o Pau Gasol, pero entre los jóvenes, solo la mitad de los chicos y el 15 % de las chicas practica deporte habitualmente.

Sabemos cómo suelen ser los profesores de educación física o entrenadores de juveniles: obsesionados por encontrar estrellas y descartar a los «paquetes» en lugar de fomentar el deporte como hábito saludable.

Aquí, si uno va corriendo a un ritmo lento, corre el riesgo de que le insulten desde un coche. La misma mentalidad que hace que quien va al gimnasio, quiere echar unos músculos de Hulk Hogan y después de sus pesas o sus máquinas, se atiborra de esos aberrantes batidos de proteínas.

En Cáceres, las tiendas de «nutrición deportiva» han proliferado como setas. El auge del running es un triunfo más de la lógica capitalista, que no quiere dejar que el tiempo libre sea realmente libre. No, hay que rentabilizarlo: comprando productos superfluos y, sobre todo, dejándose comer el tarro por esa retórica de la «superación» y la «realización» personal, de la que hay que presumir ante los demás.

Así se evita lo que más temen los empresarios: que las personas se queden a solas con sus pensamientos, corriendo solas, o acompañadas por la pareja o un amigo.

Tengo un primo que cuelga en Facebook sus hazañas como runner, sus récords y los lugares por los que ha hecho running. Así, el gerundio inglés ha sustituido a todo lo bueno que tenía el infinitivo español. Correr para desentumecer tanto los músculos como las ideas, para cuidarse pero sin narcisismo, cumpliendo el clásico dicho de mens sana in corpore sano.