Cuando era niño mi madre me decía que si no la obedecía vendría el tío Camuñas a llevarme con él: "Duérmete, Juanito , que viene el tío Camuñas ". Yo no sabía quién, ni cómo era el tío Camuñas ; pero casi nunca dudé de su existencia porque mi imaginación lo ideaba --hombre alto y huesudo, con una rara gabardina y un viejo sombrero de fieltro negro-- cada vez que mi madre lo nombraba. Por otro lado, a veces, dudaba de que existiera, porque cuando no obedecía a mi madre nunca se me presentaba. El tiempo vino a esclarecer mis dudas: El tío Camuñas era un personaje apócrifo amigo de mi madre que sólo existía en mi imaginación. Sé que las madres de otros niños recurrían al tío del Saco , o a la bruja Ciriaca , o al lobo Feroz . En Bélgica recurren al duque de Alba --"duérmete, niño, que viene el duque de Alba"--. En la historia de Bélgica, el Duque de Alba y las tropas españolas de Flandes tienen un nefasto protagonismo. De hecho, en la preciosa Gran Plaza de Bruselas hay un gran mesón de estilo flamenco de cuyo techo cuelgan muñecos vestidos con el traje de los tercios de Flandes.

De niños somos unos personajillos indefensos que recorremos la vida sin pedirle cuentas, sin preguntarle por qué nos deja respirar, ver o sentir. Sólo deseamos jugar, correr, reír... Nuestra infancia es como el primer capítulo de un libro en el que muchos escribirán. Los primeros en hacerlo serán nuestros padres, quienes conforme a sus creencias y a sus experiencias intentaran marcar, con caligrafía personalizada, los sucesivos primeros capítulos de nuestra existencia. Estos capítulos también los escribirán nuestros maestros y profesores, que asesorarán a nuestros padres cuando éstos tengan problemas de inspiración, de sintaxis o de ortografía. En el resto del libro intervendrán muchos autores, que escribirán pasajes divertidos o amargos. Conforme vayan pasando las páginas, el personaje que somos se preguntará quién ha puesto a nuestra disposición esas páginas en blanco que debemos rellenar con nuestras vivencias. No encontraremos una respuesta que nos satisfaga plenamente, porque nada ni nadie puede revelarnos con exactitud quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Aun así, nos encontraremos con quienes nos ofrezcan respuestas, unas apoyadas en argumentos alegóricos relatados en libros antiguos ilustrados con estampas luminosas; otras esgrimiendo talismanes dorados de procedencia divina; algunas incitándonos a nuestro recogimiento y sufrimiento simbólico en nombre de las calamidades ajenas. Muchos creerán en esos testimonios y abrazarán un determinado credo; otros no creeremos válidas ninguna de las respuestas ofrecidas y seguiremos transitando por la vida buscando propuestas más convincentes, o simplemente no viviremos buscando en el más allá lo que queremos encontrar en el más acá.

Cuando era niño, alguien --que no era mi madre-- me decía que los niños malos van de cabeza al infierno, pero nunca me dijo a cuál de ellos.

*Pintor