Las noticias que relacionan entre sí los dos asesinatos dramáticos de las chicas de Málaga han creado una conmoción en la opinión pública. Maravillan la eficacia casi mágica del análisis del ADN y la profesionalidad policial exhibida en este caso. Son unos elementos positivos que contrapesan los palos de ciego que ha servido el mundo de la información en su deseo de explicar lo antes posible aspectos que no siempre estaban confirmados. Hasta a los medios de prensa más serios y responsables les resulta difícil silenciar o incluso relativizar las hipótesis policiales, y a veces éstas se apoyan en simples conjeturas contradictorias entre sí. Y como a los ciudadanos eso les llega, encima, mezclado con los comentarios en este país cada vez más desbocados de la televisión amarilla, les cuesta mucho llegar a saber la verdad de lo ocurrido.

De Málaga llega, de todos modos, algo muy claro: el mensaje de la existencia real de salvajadas inhumanas y de que todos corremos el riesgo de que, por azar, en cualquier momento, eso pueda caerle encima a nuestra familia.

Es esa dureza de la vida la que provoca la conmoción y la que genera la avidez popular por conocer los detalles de cómo llegan a esos comportamientos determinadas personas.