En menos de un año el panorama social y económico del país ha cambiado de forma sustancial. El fiasco de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos parece haber contagiado también a Europa. Las previsiones para algunos países como España no son alentadoras, tampoco para Extremadura. Es una crisis importada, pero en la economía globalizada ya se sabe, lo global es local. A la desaceleración del mercado inmobiliario se suman la elevación de los costes energéticos y consiguientemente la inflación, la primera consecuencia es la pérdida de empleo en sectores más sensibles. Sin embargo frente a otros periodos críticos, el encuadre de España en la UE y la armonización económica como consecuencia de la moneda única, nos sitúan en una posición razonablemente optimista.

El problema radica en la gestión que se hace de estos ciclos bajistas del capitalismo y la incidencia que puedan tener en comunidades más bien dependientes como es la extremeña.

González y Requena detallan en un reciente libro los resultados de la administración de las dos crisis precedentes. La extensa e intensa crisis de finales de los 70 y principio de los 80, y la breve pero contundente de principio de los años 90 se gestionaron de forma diferente y tuvieron consecuencias sociales también distintas.

XLOS EFECTOSx dramáticos de la primera en términos de costes de empleo fue apabullante debido a la confluencia en el escenario nacional de los efectos demográficos del baby boom de los 60 y, del proceso de desagrarización del campo español que mantenía bolsas de mano de obra agraria desempleadas sin encontrar ningún tipo de salidas. A ello se sumó las consecuencias de la desindustrialización, que en otros países de nuestros entorno (Francia, Alemania, Italia) al ser más prolongadas en el tiempo no llegan a superponerse; pero sí en España. Esta primera crisis económica de la democracia se abordó con la reforma laboral de 1984 de carácter flexibilizador , tal vez la única posible en ese momento y en esas circunstancias. En los años posteriores (1985-1991) la economía nacional consigue crear más de dos millones de empleos (no agrarios) a costa de la elevación de las tasas de eventualidad laboral hasta niveles desconocidos en nuestro país. La reforma laboral de 1997 fue sin embargo de carácter estabilizador, contó con el acuerdo de los agentes sociales y se hizo una apuesta radical por la estabilidad laboral. Nuestra economía logró en los seis siguientes años crear 3,5 millones de empleos, tres de cada cuatro fueron indefinidos.

Cuando el proceso de desagrarización en términos globales ha concluido y la industria sigue (en menor medida que en los 90) expulsando mano de obra, los sectores refugio muestran signo de decaimiento: los servicios por el evidente descenso de la demanda interna y la construcción por la crisis inmobiliaria. Entonces ¿qué nuevos nichos de empleo quedan explotar?

Debemos reconocer que Extremadura, a pesar de los adelantos de todo tipo que ha conseguido, sigue teniendo carencias importantes en infraestructuras de comunicación (aeropuertos comerciales entre otras) y en el desarrollo del tejido industrial, que unido a la falta de mentalidad y cultura emprendedora y empresarial, hace que el despegue y la revolución tecnológica sea más difícil de implementar. El resto del Estado tiene, ciertamente, una deuda histórica con la región, nacida del millón de emigrantes habidos --que generaron riqueza en otras regiones-- y del abandono que sufrió durante largo tiempo en cuanto a industria y comunicación, puntos claves para que ahora estemos en pie de igualdad con el resto de comunidades autónomas. Es por ello que tienen que mantenerse e incrementarse las ayudas para que nuestra comunidad pueda alcanzar esa ansiada revolución tecnológica que le sitúe a la cabeza del empleo y la innovación en ese sector.

Tal vez estemos ahora en condiciones, mejor que a finales del siglo pasado, de afrontar esta crisis en términos de economía productiva. Los paganos de las crisis precedentes fueron regiones como Extremadura: los efectos en términos de desempleo se dejaron notar como en ninguna otra y los beneficios de la gestión de las crisis no alcanzaron cabalmente a la estructura productiva regional. La gestión de la actual crisis debe tener en cuenta el escenario globalizado y una apuesta por las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, terreno en el que Extremadura se ha mostrado pionera como receptáculo e impulsara de iniciativas que son creadoras netas de posibilidades de innovación. No puede ser ajena a esta apuesta la dotación de infraestructura física, viaria y telemática con las que ya cuenta la región y que por primera vez en su historia hacen que nuestra posición periférica pueda resultar estratégica. Pensamos que, además, se abre un escenario de oportunidades para la dotación en capital humano cualificado que tiene Extremadura. Conjurar los efectos de la crisis pasa por aprovechar las oportunidades que brindan los periodos críticos cuando los retos no son excesivos y existen unas bases que hacen posible un cambio de rumbo. Probablemente el ejemplo más próximo sea la revolución silenciosa que protagoniza desde hace unas décadas Irlanda centrando su expansión en el sector de empresas tecnológicas de información y comunicación.

*Asociación de Ciencias Sociales de Extremadura (ACISE).