En un contexto enrarecido por el clima electoral del país, el presidente George Bush y el responsable del banco central (Fed), Ben Bernanke, reaccionaron por fin anunciando medidas para atenuar lo que se dibuja como una severa crisis económica. Una situación súbita que viene motivada por el contagio a diferentes sectores de los efectos de las turbulencias financieras producidas por la eclosión de las llamadas hipotecas basura o de alto riesgo.

A la vista de datos conocidos en los últimos días, que evidencian que la banca y el sector inmobiliario norteamericano están gravemente afectados por el estallido de las insolvencias y, fundamentalmente, comprobado como esa intranquilidad se ha extendido con rapidez a todos los rincones del planeta, cualquier actuación de ambos mandatarios llega tarde para evitar que los augurios acaben transformándose en una crisis inapelable.

A la Fed no le quedan opciones que no pasen por bajar los tipos de interés, ahora del 4,25%. Las dudas se centran en saber si la rebaja será de un cuarto o de medio punto y cuánto afectará al dólar, a la inflación y si eso impulsará ahora el crecimiento.

Bush anunció el viernes medidas inconcretas para encarar la situación. En esencia, repiten una fórmula liberal clásica: recortes fiscales de 90.000 millones de euros para reintroducir liquidez en el sistema por la vía del consumo y la inversión. Una iniciativa discutida por los demócratas y que, como se encargó de recordar el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, está en la raíz de los problemas actuales y no erradica las incertidumbres.