TAtlguien, fechas atrás, sacó a escena en estas páginas al diablo ocioso --es decir, matando moscas-- para identificarlo con los que han pedido que se suprima el crucifijo del salón de plenos del Ayuntamiento de Cáceres. Pero cuidado, que el diablo, ocioso o no, además de matar moscas, siempre ha cargado las armas, y más de una vez los símbolos.

En principio, el tema no puede considerarse un falso debate y sólo puede causar estupor a aquellos que, teniendo o no motivos para ello, no se sienten aludidos negativamente con la ostentación del crucifijo en un lugar donde representantes de los ciudadanos de diversa extracción ideológica dilucidan la cosa pública. Pero hay otros que, aun siendo minoría y casi siempre tachados de resentidos, sectarios o fanáticos, precisamente, por los primeros, sí se sienten aludidos negativamente, porque consideran que han llegado los tiempos en que los símbolos religiosos han de estar ausentes de los espacios públicos, en los que formalmente y por principio deben prevalecer siempre los principios y valores de la moral laica y, por consiguiente, ideológicamente neutral y libre de simbologías religiosas por muy enraizadas que éstas se encuentren en las tradiciones del pueblo.

Lo anterior debiera ser premisa suficiente y punto de partida con que una sociedad democrática se condujera en la relación de lo público con lo privado, esfera ésta en donde debería situarse el hecho religioso. Pero podríamos abordar el tema desde otra perspectiva más particular que es muy del gusto de los que se preguntan a quién puede molestar la presencia de la imagen del hombre más importante de la historia, símbolo de amor, igualdad y justicia. Pues, mire usted, puede que haya a más de uno que sí pueda molestarle, además de por las razones antes apuntadas, si interpreta que la cruz, a la luz de la historia en general y de la nuestra en particular, también ha representado un símbolo de dominación (cargado sin duda por el diablo) en cuyo nombre se ha matado y perseguido, ignorando o pasando por alto aquellos valores tan benéficos instaurados por su fundador.

¿Es que tras esto vendrá la purga de todo vestigio artístico cristiano que hay sobre la faz de la Tierra?, se preguntan también, con gran confusión de lenguas, los mismos cruzados de antes. Pues, mire usted, a buen seguro que no. Uno puede pasar por un empedernido ateo o descreído y, al mismo tiempo, ser el más sublime diletante del arte románico, gótico o barroco, que, como todos sabemos, hunden sus raíces en la tradición cristiana. Así que, a la hora de defender posturas, sepamos por lo menos separar los términos.

*Maestro.