Llegan las pruebas de acceso a la universidad y cientos de personas estudian con furor para lograr una nota aceptable. No deja de resultar paradójico que todo esto se hace para que la gente aprenda, pero yo pregunto: ¿Desde cuándo adquirir conocimientos va de la mano de la ansiedad, los trastornos alimenticios o los nervios asfixiantes? ¿Queremos que los estudiantes aprendan o que memoricen como robots? El criterio del alumno medio se basa en la nota numérica, no en los conocimientos adquiridos. Es por ello que muy a menudo se hacen trampas en los exámenes y también se copia. Tampoco faltan los que tienen buena memoria y la aprovechan para calcar palabras sin saber lo que están leyendo. La otra cara de la moneda es un grupo de gente con ganas, ilusión y con menor capacidad de retención. Quizá desempeñarían mejor un trabajo que las personas de los notables, pero no se puede saber, porque el único criterio que se usa es una nota estándar basada en la memorización. Si el objetivo que perseguimos es que los alumnos aprendan, hay que cambiar el enfoque. En vez de presionar y ahogar, las personas han de poder ser felices desarrollándose; que les mueva la curiosidad, que sean críticos; que no vean en el aprendizaje un lobo amenazador. Si el enemigo es el propio saber y no la ignorancia, entonces habrá que reconocer que hemos fallado. Y es que las notas, al fin y al cabo, no miden las capacidades ni la inteligencia.