Periodista

Me fascinan los clubs sociales que no sirven para nada. Y cuanto más inútiles son, más me fascinan. El único al que he estado a punto de asociarme es el Real Club de Regatas de Vilagarcía de Arousa, una entidad fundada en 1902 que aún mantiene el aroma británico y decimonónico que le dio vida y debe de ser el club social español que menos servicios presta a cambio de más dinero. Por eso me gustaba, por el lirismo de su inutilidad y la decadencia de sus prestaciones: un saloncito con muebles coloniales donde entre fotografías de antiguos socios como Franco, Alfonso XIII, Juan de Borbón o Camilo José Cela se puede leer el periódico, pero no cualquier periódico, sólo diarios respetables. O sea: ABC, El Mundo y La Razón. A este club quiso asociarse el abogado cacereño Pablo Vioque, pero aún funcionaban las bolas negras y lo vetaron.

En Cáceres no hay clubs inútiles y parecen todos tan eficaces que me abruman. Yo no pago para jugar al tenis, al golf o nadar. Tampoco estoy dispuesto a apuntarme a sociedades liberales donde entran diarios tan sospechosos como éste en el que escribo u otros periódicos catalanes y madrileños de dudosa reputación. Un club es un club, al estilo inglés, con sus lámparas de araña, sus artículos de Anson, sus sofás de cuero chéster, sus mesitas de maderas orientales para el café, sus camareros con delantal blanco y chaquetilla negra y un programa de actividades reducido a comer, beber y conspirar.

En Cáceres, como no hay clubs inútiles, pues se conspira poco. Hace años estaba el café Avenida, donde se montaban unas tertulias políticas de tanto fuste que el propio gobernador civil enviaba espías para saber qué se cocía. Eran tertulias ultraconservadoras y nada peligrosas, pero tenían ese encanto evanescente del hablar mucho para no llegar a nada, que es, precisamente, una de las gracias de la conspiración de club y café: disfrutar proyectando y elucubrando, pero sin mancharse nunca con la acción.

La otra noche estuve en el Ateneo y entreví algún atisbo de conjura. Pero claro, quienes ejercitaban sus dotes para el contubernio y el complot eran gentes de izquierda que en Cáceres, la verdad, poco tienen que rascar, por ahora. Sospecho que, hoy por hoy, el epicentro cacereño de los rumores y las intrigas es el Club de Golf. Es otro centro social eficaz y útil y por lo tanto, exento de romanticismo, pero me cuentan mis amistades algunas maldades escuchadas en sus salones que pueden conferirle esa aureola de crisol de tramas que adornaba los clubs de antaño. Se cuenta en el Club de Golf, por ejemplo, que Saponi quiere retirarse para ir al Senado o al Congreso el año que viene y que dejaría de alcalde a Felipe Vela. También se dice, y quien lo dice asegura saberlo de buena tinta, que están presionando a Ibarra para que aparte un poco, o aparte del todo, a Guillermo Fernández Vara. Tal y como está el patio, con todos los futuribles callados como tumbas, habrá que hacerse socio del Club de Golf a ver si así nos enteramos de algo. Aunque no nos quede más remedio que hacernos unos hoyos para disimular.