Erase una vez un colegio público de educación especial que se encontraba muy deteriorado. En él estudiaban 80 alumnos con discapacidad psíquica y en algunos casos también física que incluso necesitaban sillas de ruedas. Imaginen por un momento encontrarse en un lugar en el que las ventanas no se pueden abrir, las persianas no se pueden subir, los cuartos de baño tienen goteras, etcétera. Está tan alejado, que para poder realizar cualquier actividad en la ciudad se necesita transporte y no siempre es posible, hay muchos alumnos que por necesitar una silla de ruedas para desplazarse no pueden asistir a estas actividades. ¿se imaginan viendo cómo los compañeros hacen una salida y tú no?
Los papás pidieron mejoras en el colegio pero el ayuntamiento de la ciudad no hizo caso y todo sigue deteriorándose cada vez más.
Un día, hace unos cuatro años, el presidente de la comunidad autónoma dijo que se construiría un colegio nuevo y todos nos pusimos muy contentos, pero esa alegría duró poco cuando supimos que llevarían el centro más lejos todavía.
Entonces, los papás y los trabajadores decidimos que teníamos que luchar por los alumnos, por su integración y por su bienestar y no permitir que se les aislase aún más y nos manifestamos en contra de la decisión tomada.
Han pasado cuatro años y ahora que parecía que empezábamos a ver el resultado de nuestra lucha... todo puede quedarse en aguas de borrajas.
Colorín colorado, este cuento podría terminar así: por fin se ha pensado en los alumnos y mañana se empezará la construcción de un colegio digno para estos niños y en un lugar integrado en la ciudad. Sin embargo, el final del cuento aún está por decidirse y estos niños (discapacitados psíquicos) tendrán que esperar mucho tiempo para poder comerse las perdices, porque felices, afortunadamente, ya lo son, de eso se encargan sus padres y todos los trabajadores de PROA, porque así se llama el colegio al que se refiere el cuento.
M. Angeles Pozo Guillén **
Como secretaria y en representaciónde la AMPA del CPEE PROA de Cáceres
