Llega la época de las ferias en muchos pueblos y ciudades extremeñas. Cáceres acaba de celebrar la de San Fernando, al igual que un barrio de Badajoz ha festejado a su patrono. Es el pistoletazo de salida. La gente se apunta a un sarao con el entusiasmo encomiable del neófito, con tal de disfrutar bajo el sol. Más difícil es juntarla para que escuche las argumentaciones sobre las inminentes y trascendentales elecciones europeas, pero es que, de momento, está algo cansada de los últimos comicios y de la dialéctica que se está empleando, que suena a vieja, cuando Europa es el futuro y lo novedoso. Confiemos en que la llamada del acto de depositar nuestro voto siga siendo algo único, intransferible y sublime por cuanto supone ejercer la libertad individual. Pero dejemos, por un momento, la alta política .

El domingo, miles personas se acercaron al Guadiana a su paso por la ciudad pacense para mirarlo y creer que el río es suyo por un día y salir corriendo hasta la próxima convocatoria. Y en casi todas estas concentraciones masivas se amontonan pequeñas o grandes historietas que pueden alimentar la leyenda urbana, si es que alguien se dedicara luego a recopilarlas para regocijo de los que vienen detrás.

Son hechos que pasan, anécdotas que ocurren y las vives o te las cuentan. Constituyen la salsa de cualquier pueblo o ciudad durante la celebración de las fiestas y el chascarrillo, minimizado o exagerado, circula como la "falsa monea, que de mano en mano va y ninguno se la quea". Y es que en determinados lugares, el Poder derrama, a veces, en los más torticeros ejecutantes, sus miajas de gloria. Este es el cuento que pudo producirse hace años o, sin ir más lejos, hace diez meses. El escenario es el habitual. Un recinto ferial, con sus cacharritos y casetas, instalado en los aledaños (lejanos o próximos) del centro para no molestar a los vecinos. El autobús o el coche particular son los vehículos utilizados. Y puede suceder, y sucede, lo siguiente:

Suena el teléfono: "Sardeñola, ¿me reconoces? pues oye, que te informo que mañana los del partido contrario van a celebrar una fiesta. Ya sabes, control de vehículos, estacionamientos... lo habitual, lo legal, pero sin pasarse, ¡eh!".

Las moscas acampaban en todo el recinto ferial; corría una ligera brisa y el calor no era sofocante pese al iniciador sol del verano; apenas 250 vehículos se habían estacionado en el amplio recinto que podía albergar miles de ellos. Sonaban los teléfonos móviles que se mezclaban con las consignas de las radios de los coches y se notaba un cierta excitación: "Se me escucha... Pepe, que aquí hay lo menos doce coches que están mal aparcados...". "Vale, empieza a multarlos que ya vamos...".

Cayeron doce multas como doce soles. Reían las moscas, el sol se recalentaba, los motores consumían aceite y los ánimos se encrespaban: "¿Está usted en un aparcamiento prohibido o no?". "Sí, leches, pero esa señal apenas se ve, no molestamos a nadie, la feria está medio vacía" arguye el penalizado. La réplica es inmediata: "¡Ah! entonces ¿quiere usted privilegios en razón de su cargo?" (Y el instructor se descojonaba por lo bajines al mencionar el término cargo ).

Además de los agentes, que eran más de 20, dos grúas indicaban con su presencia en el lugar que el tema no iba a sobreseerse. La ley es la ley.

La impotencia anuló un momento el entendimiento. "¡Pues que se lleven los doce coches!". Pero el frío raciocinio prevaleció aduciendo que una desproporción no se corrige con otra desproporción --y además ilegal-- y las aguas se serenaron. Siguió la comida, empezó la fiesta y todos tan contentos.

Y al fondo, alguien disfrutaba y se reía. "Hacemos patria, ¿sabe usted?", replicó el edil entusiasmado que corrió a su orondo jefe y le dijo: "Misión cumplida, les hemos jodido bien y no tiene derecho a réplica...". "Vale, apúntate dos tantos", manifestó, mientras se aflojaba el cinturón que le oprimía el epigastrio. Y, luego, condescendiente, le recordó a su fiel cumplidor: "No nos lo agradecerán, pero si les ponemos un control de alcoholemia a las seis de la tarde, les cazamos a casi todos". "Es verdad, mi jefe, es que son unos desagradecidos", y por un fallo técnico, la respuesta se escuchó por la megafonía de toda la feria, ante la interrogación (e ilegibilidad) de los escasos asistentes en el resto de las casetas.

*Periodista