WLw as compañías que han cortado sus relaciones comerciales con Wikileaks, contribuyendo así a los intentos de asfixia dirigidos por la Administración norteamericana, justifican su decisión en supuestas vulneraciones de los términos contractuales en que se basaba su colaboración. Esas ambiguas explicaciones no ocultan el fondo de la cuestión. Como ha dicho el primer ministro francés, las filtraciones de Wikileaks son "robos", no exclusivas, y como tales se han de tratar. El problema radica en que ningún tribunal ha dictaminado tal delito. Lo que quiere decir que cuando firmas de la envergadura de Mastercard, Amazon, Visa o PayPal cierran el grifo de los canales por los que llegan las donaciones que financian la web o le dificultan el funcionamiento técnico, toman partido a favor de uno de los contendientes, y lo hacen por el más fuerte.

Pero quizá han actuado de forma precipitada. La alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ya ha denunciado las presiones que esas empresas han sufrido para que colaboren con Washington. Y la primera respuesta real a esa cooperación tiene forma de asaltos de redes de hackers que han intentado colapsar los sitios webs de las empresas y de quienes han contribuido al encarcelamiento de Julian Assange. De momento, han tenido más éxito en los portales de abogados y fiscales que en las grandes corporaciones, pero el paso que han dado los seguidores del fundador de Wikileaks parece anunciar un nuevo tiempo en el que las armas de la propia red tienden a igualar a David y Goliat.