Baldomero Lillo publicó en 1904 Sub Rosa, un libro de cuentos magistral y necesario. En los ocho cuentos que habitan Sub Rosa, Lillo oficia de defensor de los mineros chilenos, que vivían en condiciones cercanas al esclavismo. El escritor conocía bien el paño (su padre era capataz de una mina), y eso hizo que se sensibilizara desde muy niño con los sufridos mineros. Horas de trabajo excesivas, explotación laboral infantil, sueldos paupérrimos, acritud en el trato y peligrosidad laboral son algunas de las penurias reflejadas en sus estremecedores cuentos. ¿Qué conducía a los empresarios mineros a despreciar las necesidades más básicas de sus empleados? Lo diré: el egoísmo, la indiferencia, la insensibilidad, la avaricia.

No puedo evitar pensar en la obra de Lillo cuando leo en la prensa los últimos escándalos de corrupción de este país. Mientras los altos ejecutivos de Bankia (por poner un ejemplo) gastaban alegremente con sus millonarias tarjetas opacas, ultrajados ciudadanos, muchos de ellos personas con pocos recursos, se echaban a la calle para protestar por la estafa de las preferentes.

Lillo, bien mirado, retrató algo más que el mundo alienante de las minas chilenas de principios del XIX: retrató la vileza humana.

Nuestra sociedad no se distingue mucho --en cuanto a jerarquía y precariedad-- de los mundos oscuros de aquellas minas: mientras un pequeño grupo de avispados se enriquecen, millones de personas, los mineros urbanitas del siglo XXI, han de pagar la avaricia de los primeros. La denuncia de Baldomero Lillo , al margen de marcos temporales y geográficos, no ha perdido su vigencia.