A Zapatero hay que reconocerle que encara los problemas. Pero analiza mal los datos que, sin duda, están en su mano. Supongo que, para un improvisador nato acostumbrado a su buena estrella, será muy difícil forzar ahora un viraje radical con respecto a la doctrina que nos esbozó en su comparecencia del 29 de diciembre pasado, en la conferencia de prensa de la que salió aquella frase, ya famosa, asegurando que estamos mejor que hace un año en materia de terrorismo, pero que dentro de un año estaremos mucho mejor. Dado que menos de veinticuatro horas después la banda ETA hacía estallar cientos de kilos de explosivo en el aeropuerto de Barajas, con los resultados que se conocen, parece obvio que el presidente habrá tenido tiempo de lamentar sus eufóricas palabras --también es dado a la euforia--, al tiempo que se tragaba --de regreso a las vacaciones en Doñana, eso sí-- los sapos que le regalaban los periódicos.

Me parece que es absurdo culpar al presidente del estallido de una bomba irracional puesta por ETA, que es la única culpable de que el proceso de paz no haya avanzado. Los manifestantes que portaban pancartas insultando al jefe del Gobierno y pidiendo su inmediata dimisión no parecían tan interesados en atajar el terror cuanto en desgastar al Ejecutivo socialista. Sin pensar en que no era el momento de ahondar divisiones, sino de ofrecer una imagen reforzada contra la barbarie asesina de ETA. Sin duda, la eterna partición de este país nuestro en dos españas es uno de los objetivos buscados por la banda del horror, y ni la oposición ni esas organizaciones que azuzan, más o menos desde fuera, al Partido Popular deben caer en la trampa.

XESO ESx una cosa. Pero otra es la constatación de que las fuerzas de Seguridad y sus mandos no están yendo por buen camino. Puede que la unificación de Policía y Guardia Civil bajo un solo mando haya resultado un poco apresurada; puede que la desmoralización en los Cuerpos de la Seguridad esté provocando inseguridad; puede que los servicios de información no hayan procesado adecuadamente las revelaciones que les llegaban de sus infiltrados. Y puede, en fin, que el presidente, que, otra característica de su carácter, parece ser bastante ingenuo, se haya fiado de lo que le decían sus interlocutores en el mundillo etarra, que es un universo complejo y no siempre bien avenido en sus disquisiciones, disparatadas siempre, eso sí.

Por eso digo que lo mejor sería enterrar el espíritu del 29 de diciembre y dar paso a otro, que podría ser el espíritu de enero de 2007 , en el que se afronten los problemas de seguridad y de lucha contra el terror desde una perspectiva distinta, más desconfiada y en la que el palo sea tan eficaz, al menos, como la zanahoria.

Reconozco de entrada al Gobierno el derecho, y el deber, de liderar el proceso que debe llevarnos hacia la paz. Pero primero hay que romper con esta ETA, hacerle entender que seguirá perdiendo todas las batallas --porque las ha perdido todas hasta el momento-- y que el estado de derecho es mucho más fuerte que sus amenazas. Puede que haya que volver a sufrir, regresar a los escoltas, al estado de alerta; acaso no queda, ahora, otro remedio. Pero lo urgente es acabar con la mentalidad de que hay que agarrarse a un clavo ardiendo para proseguir un proceso que ya no daba más de sí; terminar con la idea de que todavía hay que hacerle guiños a ETA para no romper lo andado hasta ahora. Porque ahora es ETA quien tiene que ganarse la vuelta a la mesa de la negociación, son los etarras quienes tienen que sufrir los rigores de quienes queremos defender este estado de derecho.

*Periodista