Viene sucediendo desde hace algún lustro. Antes no, antes apenas le prestaba atención. Cosas de la mocedad y de "la joie de vivre", que caracteriza a esos años ilusos e inconscientes de la juventud.

Estos días mediados de julio...

Decía que desde hace algunos años, ineluctablemente, los sucesos aquellos, tan lejanos ya, vuelven a repicarme en las remembranzas y meditaciones. No por experiencias propias, claro, sino por un sinfín de lecturas y por muchos testimonios de los que fueron protagonistas y que hoy ¡ay! ya no están entre nosotros.

El asunto no agrada a casi nadie. Y sin embargo a mí, desde hace mucho, me fascina, me subyuga, me embebe y casi me obsesiona.

Verano del 36. Julio. Las campanas de las iglesias empezaron a doblar desconsoladas y una urdimbre de plomo ardiente pespunteó la vieja geografía. Cuando, cada año, en clase, llegamos al 36 y estudiamos a los poetas y escritores que se fueron, que se quedaron o que murieron, inexorablemente me alargo, y me contengo, contándoles a los muchachos historias de aquel trágico verano.

Antes, los chicos preguntaban, inquirían, se inquietaban. Hoy, estas pobres víctimas de la Logse me miran impertérritos y en sus inocentes miradas ignorantes parece que se preguntaran entre ellos "¿de qué estará hablando hoy?"... pobrecitos.

"Españolito que vienes..." decía don Antonio el bueno; tan bueno que lo engañaron como a un incauto. El sí que fue pobrecito, tiritando, aturdido y muerto de frío. Perpignan arriba, camino de Collioure.

Desde un anaquel de la librería, un alférez de Regulares, la mirada serena, me mira y sosiega mis tribulaciones. Estuvo en el Ebro, en Valencia, desfiló en Alicante, volvió luego a casa. Mozalbete yo, le oía contar peripecias de aquellos hechos y más tarde, levantisco del 68, discutía con él acaloradamente; menos mal que el afecto familiar tan próximo impedía que nuestros desencuentros degerararan en grescas irremediables. Sólo, en sus últimos años, cuando ya el velo del error y la mentira se me había caído del entendimiento, pude ofrecerle mi admiración por haber sido él testigo de semejante ocasión, y no yo, aburrido mortal de esta vida lánguida e insulsa.

Recién, leo por aquí cerca a un habitual de opiniones y la decepción me desola. Millán Astray y sus soflamas incendiarias, dice. ¿Habrá querido decir Queipo de Llano , no? Que me aspen si no fue Queipo el de las soflamas radiofónicas de Sevilla, que pusieron a cavilar el Frente Sur? ¿Y Millán Astray ?, ¿qué soflamas? Como no fuera la trifulca con don Miguel en el Paraninfo salmantino, ya me dirá usted.

Esa es la cuestión. Que siguen empeñados y empecinados en hacernos creer --a nosotros ya no, pero sí a los nuevos-- que los que incendiaron esta triste rastrojera fueron unos. Como si no estuviera visto, y requetevisto, que el rastrojo, el barbecho y el posío estaban ya ardiendo desde hacía años. ¿Cómo que no? Lean, lean.

*Escritor y profesor