Es curioso el efecto que la llegada al poder de Trump está teniendo en España. Lo voy a reconocer: la mayoría de las ocasiones estoy lejos de comprenderlo. Personalmente, que no entiendo las identificaciones «en bloque» y las etiquetas y que desconfío de las explicaciones simplificadas, difiero de la interpretación política que se está haciendo en España sobre Trump y lo que implican sus políticas.

Hay muchos que siguen el mismo eje izquierda-derecha que destila nuestra política en el seguimiento de la política norteamericana. Lo cual es más que absurdo: sociedades distintas, sistemas nada análogos, concepciones de base alejadas. ¿Cómo hacer esa identificación? Así vemos a nuestra progresía «ponerse enfrente» de Trump como si el grueso de las políticas que llevó a cabo Obama no las hubieran reprochado (y manifestado en contra) si las hubiese firmado Rajoy. O a conservadores sonreír indisimuladamente con el triunfo de Trump, alabando sus políticas impositivas, pero sin tomar en consideración que sus argumentos básicos son grosso modo indistinguibles del populismo que con ahínco combaten en Europa.

Por no hablar de aquellos que, como definición holística del mal, se les llena la boca de hablar de liberalismo y neoliberalismo. ¿Pretenden decirnos que Mr. Donald es liberal? Creo que confunden el (legítimo) derecho de ser un hombre de negocios (un «business man», que arriesga en cada operación) con lo que implica ser liberal. Yo, que practico dicho credo, no puedo considerar liberal a quien habla de barreras físicas y económicas, establece cortapisas a la libre circulación de capitales y personas, o se declara escéptico con la libertad de prensa. Si la vaca no da leche y ni tiene cuernos, es que vaca no es. Otra cosa. Y si esto acaece en un país sin voz (ni voto) en la elección, parecía claro que en Estados Unidos el escenario a corto que se vislumbraba tras la toma de posesión era la total polarización del país. El resto del mundo, pues, lo ha hecho por delegación y por el decisivo influjo que, cultural, política y económicamente, ostenta USA.

No son pocos los comentaristas que, en distintos medios del país (desde la moderada CNN al propio Wall Street Journal) han señalado que esta elección ha llevado al país a su mayor cota de desunión desde hace casi un siglo. Concretamente, rememoran la complicada y altísima confrontación que se vivió en el seno del país con el debate de si debían o no posicionarse frente a la amenaza totalitaria de Hitler en el mundo (el bando que defendía, al menos, la neutralidad se denominaba «América First» --América Primero o en primer lugar--. Me ahorro el juego de paralelismos). El largo y abrasador debate sobre la entrada en esa guerra, desencadenada por Pearl Harbour, fue un punto álgido de desunión interna.

Las protestas y amenazas de no aceptar la decisión que salió del proceso electoral han sido continuas. Y en muchos casos, erróneas. Porque el combatir un proceso democrático con armas que no lo son, o insinuando que sólo cabe adherirse al resultado que nos interesa, no sólo da alas a los que creen que hay algo en el sistema que no funciona, sino a los que anhelan la división. No por nada, Trump (hiperactivo en Twitter) no dudó en señalar que las manifestaciones en su contra debían ser consideradas un «distintivo» (hallmark) de la democracia estadounidense.

Tampoco ha dudado Trump en intentar implantar el sistema de la discordia en la Europa unida. Desde sus nada mesurados ataques (coordinados con algunos de sus colaboradores) a una Europa que consideran insostenible hasta la directa invectiva de asegurar que Alemania manipulaba el valor del euro para que le fuera favorable. Draghi, ese apagafuegos socrático de soflamas políticas, ya la ha respondido con rapidez y certeza (entre ellas, que durante la peor parte de la crisis del euro, nuestra moneda --atacada y sin credibilidad-- estaba un 30% (¿?) por encima del dólar). El romano sabe lo que implica la sombra de una división.

No sabemos cuál será el legado del presidente Trump, merece su tiempo. Lo que sí sabemos es que podrá ser excéntrico, interpretará las formas de un bufón, pero ni es idiota, ni lo son en su equipo, ni carece de estrategia. Y lo que han leído no son más que ejemplos de una doctrina política clásica: «divide y vencerás». Ese que pudo, tranquilamente, haber seguido su lema electoral.

*Abogado. Especialista en finanzas.